viernes, febrero 24, 2006

Conspiraciones y utopías

No sólo contiene una de las mejores descripciones del progre que recuerdo y de la que di cuenta en el post anterior; además, la lectura de "Menos utopía y más libertad" de Juan Antonio Rivera nos deja también perlas como la que sigue:

“Lejos de ver el orden social como, en lo fundamental, un subproducto colectivo, los racionalistas lo han considerado también (atrapados por la misma falacia del diseño) como un orden construido deliberadamente por hombres y que puede, si se considera deficiente o injusto, ser echado abajo y reconstruido de nuevo para así satisfacer elevadas apetencias morales.

Esta visión constructivista de la sociedad conduce el conspiracionismo en relación con el orden social realmente existente (tenido por moralmente insatisfactorio) y al utopismo en relación con el orden social que debiera reemplazarlo. Para el conspiracionista, la estructura de la vida colectiva que observamos ha sido urdida en la sombra por seres humanos tan aviesos como inteligentes para sacar partido personal de ella, aun si de ese modo se perjudica al resto; nada de cuanto acontece es inocente para una mente conspirativa: hay una activa mano negra que mueve entre bambalinas los hilos de la trama y se beneficia de los actos que los pobres incautos que formamos la masa social creemos haber hecho de manera libre y sin instigación externa alguna. Para el pensador utópico, por su parte, el edificio social que tenemos a la vista tiene una arquitectura defectuosa, hiere tanto la sensibilidad ética como la estética, y existe la obligación moral de derruirlo hasta la última piedra para levantar luego en el solar despejado una nueva construcción que haga felices a cuantos vivan bajo ella.

Resulta difícil desprenderse del conspiracionismo y del utopismo una vez que uno los ha contraído: el conspiracionismo hace sentir inteligente a quien lo profesa, le hace suponer que está al corriente de una confabulación oculta que pasa inadvertida a la mayoría; el utopismo, por su parte, hace sentir bueno a quien lo hace suyo, le presenta a sus propios ojos como alguien desprendido y entregado a elevadas causas de emancipación colectiva, lejos de los mezquinos intereses egoístas que mueven a la mayor parte del género humano. Es humanamente difícil sustraerse a tan sutiles y potentes halagos. Ambos, conspiracionismo y utopismo, son manifestaciones de intelectualismo político: quienes los defienden creen que hay ideas conscientes y deliberadas que sostienen el orden social, tato el real que vemos como el ideal que debiera sustituirlo”.

viernes, febrero 10, 2006

Rasgos del ser progre

Ni la vida en otro planeta, ni las caras de Bélmez: el mayor enigma que, desde hace muchos años, me atenaza es la estructura mental del progre, un misterio cuyos aspectos últimos se me escapan y cuyos rasgos más íntimos no logro desvelar.

Recientemente, por ejemplo, me he encontrado con dos buenos abordajes teóricos del asunto, desveladores en alguno de sus muchos sentidos, de la estructura psicológica del progre.

Uno de ellos está contenido en “Menos utopía y más libertad” de Juan Antonio Rivera, quien se califica a sí mismo como ex-progre. En la referida introducción, titulada “Cómo dejar de ser un progre”, Marina no sólo nos da cuenta de su trayectoria vital por las arcádicas ínsulas e ínfulas de la progresía, sino que además retrata admirablemente algunos de los estereotipos y rasgos más comunes del actual progre patrio. Este ser se caracterizaría fundamentalmente por su bisoñez, su cautiverio intelectual o su permanente búsqueda de protección, algo que adquiere cuando se siente uno más nadando en una misma dirección en medio de un inmenso banco de peces. Sin embargo, no siempre es cierto que todos los progres moren para siempre en la ingenuidad: algunos, retestinados por su propia progresía, toman pronto conciencia de que sale a cuenta ser progre y que mejor que vivir para las ideas, es vivir de las ideas. Resultan así dos subespecies: los progres limpios que viven en la candidez absoluta y los sucios que se saben internamente renegridos, de ahí que necesiten exhibir impúdicamente sus progresía. Ni que decir tiene que, sin embargo, nada les impide compatibilizar el puño alzado con el coche oficial o una desgastada cazadora de pana con el corte impecable de las chaquetas de Armani o con su preferencia por las coincidencias cromáticas estilo Miró en el cuadro superior.

Al margen de este tipo de descripciones, no por jocosas menos acertadas, es también posible encontrar el rastro de este espécimen y de su estructura mental en alguna que otra fuente bien diversa.

1. Por ejemplo, es sorprendente comprobar como muchas de las afirmaciones que en su día realizara Ortega y Gasset en “La rebelión de las masas” a propósito de la estructura psicológica del hombre-masa son también fácilmente aplicables a los progres. Recordemos que según Ortega, el hombre-masa se caracteriza, en primer lugar, por “la impresión nativa y radical de que la vida es fácil, sobrada, sin limitaciones trágicas”. El hombre-masa cree que la civilización está ahí, que se sostiene por sí misma y que a él le corresponde aprovecharse de todos sus frutos sin comprometerse ni preocuparse por sostener la civilización en la que tan confortablemente habita.

Creo que no es necesario mostrar en qué medida el progre actual se ajusta milimétricamente a esta impresión del hombre-masa.

2. Ortega retrata también al hombre-masa como un ser primitivo: “lo civilizado es el mundo, pero su habitante no lo es: ni siquiera ve en él la civilización, sino que usa de ella como su fuese la naturaleza. El nuevo hombre desea el automóvil y gozar de él; pero cree que es fruta espontánea de un árbol endémico. En el fondo de su alma, desconoce el carácter artificial, casi inverosímil, de la civilización y no alargará su entusiasmo por los aparatos hasta los principios que los hacen posibles”.

El primitivismo característico del hombre-masa resulta también extraordinariamente aplicable a uno de los especimenes en que ha transmutado el progre de siempre en la actualidad: el ecologista. El progre ecologista es efectivamente un ser resentido con todo lo que suene a moderno y oculta su primitivismo tras indisimulados llamamientos a lo auténtico, lo tradicional, lo natural o lo genuino.

3. Es también frecuente, y desde luego no injusto, acusar a planteamientos como los antedichos y también a sus sostenedores de privilegiados. Y al parecer ya lo era el hombre-masa ortegiano que es calificado como “niño mimado” o “señorito satisfecho”.

Y es que nadie duda hoy de que progresismo o ecologismo son subproductos del desarrollo económico y de la abundancia característica de las economías de mercado y de las sociedades liberales. Los progres apesebrados no aparecen en el Tercer Mundo. Los progres están bien preocupados por los países pobres y por sus gentes miserables, pero en el confort que proporciona la distancia. Es más fácil y más cómodo quedarse aquí, sin renunciar a un ápice del consumo y abundancia que el modelo económico que tanto denuestan provee. Si acaso, para aliviar la conciencia, en menor medida, y, sobre todo, para ufanarse ante su propio público, habrá que participar de vez en cuando en algún acto simbólico de exaltación del progresismo. Es el caso de los tan patrocinados y luego cacareados viajes de turismo revolucionario, los festivales y maratones solidarios o las frecuentes incursiones a la tienda de comercio justo del barrio donde es posible adquirir a un precio siempre asequible a sus ingresos alguna suculenta delicatesen. Ahí se agota su compromiso; ahí y en el injustificable desprecio que exhiben hacia quien pensando como ellos, sí que fue consecuente y decidió entregarse en cuerpo y alma a los más necesitados en alguna remota misión más allá de las fuentes del Nilo.

4. Un último rasgo que Ortega imputa al hombre-masa es su autocomplacencia consigo mismo: el hombre-masa se afirma a sí mismo tal cual es y da por bueno y completo su haber moral e intelectual. El hombre-masa se cierra a toda instancia exterior, no escucha, no pone en tela de juicio sus propias convicciones ni tampoco considera que existan certezas ni principios más allá de los propios. Por este motivo, no duda en ningún momento en ejercer su dominio y actuar como si sólo él y los suyos existiesen, imponiendo en todo su vulgar opinión “sin miramientos, ni contemplaciones, trámites ni reservas, es decir, según un régimen de ‘acción directa’”.

Creo que no se puede expresar mejor la sensación con la que se termina después de departir con algún progre, esto es, la sensación de que hemos hablado con alguien cerrado a cualquier innovación intelectual o crítica, deliberadamente inexpugnable, afectado de un profundo complejo de superioridad moral e intelectual, que se expresa con vehemencia, en algunos casos incluso con violencia y que termina agotando al conversador más avezado que, con suerte, dará por concluida la partida en tablas.

miércoles, febrero 08, 2006

"Tu libertad acaba donde empieza mi desigualdad"

...visto en un muro, esta mañana, en una calle de Granada.

Se admiten propuestas de equivalencias.

Aquí va la mía: puesto que la desigualdad material depende, entre otros factores, de actos propios, soy yo mismo quien decide donde empieza y acaba tu libertad; lo que es lo mismo: serás mi esclavo mientras yo disponga.

domingo, febrero 05, 2006

El cruzado danés

Impresionantes, entre tanto servilismo y tanta equidistancia, las declaraciones de Flemming Rose, redactor jefe del suplemento de cultura del diario danés "Jyllands-Posten" en el que se publicaron hace meses las viñetas de Mahoma.

El enlace es de pago, pero de la edición en papel quiero destacar lo siguiente:

Sobre los valores y la cultura occidentales, "Dinamarca debe defender los principios sobre los que se fundamenta nuestro modo de vida".

Sobre los Estados Unidos: "Nunca un país ha hecho tanto por la Humanidad y ha recibido tan poco agradecimiento".

Sobre el islamismo: "Veo en los islamistas algo que también veía en los bolcheviques. Un fanatismo, un dogmatismo y una disposición a monopolizar la verdad y a usar la violencia contra quienes no comparten su opinión".

Sobre las sociedades multiculturales: "Algunos musulmanes exigen un status especial que tome en consideración sus sentimientos religiosos. Es una postura incompatible con la democracia secular y la libertad de expresión, donde uno debe aceptar que puede ser objeto de burla, mofa y ridículo".

Sobre la supuesta ofensa a los sentimientos religiosos como justificación de la violencia islamista: "No es casual que en en las sociedades totalitarias se encarcele a la gente que hace bromas críticas sobre dictadores o los caricaturiza. Suele suceder alegándose que ofenden los sentimientos del pueblo".