lunes, diciembre 10, 2007

The Welfare State We're in

Seguí la recomendación que hizo Martin Durkin, el Director de "The Great Global Warming Swindle", en esta entrevista y comencé a leer "The Welfare State We're in" de James Bartholomew. He aquí alguna reflexión interesante:

“El bienestar a través del Estado es como una religión en la que cada vez se cree con menos fuerza. Es una religión todavía respetada. Mucha gente va a sus iglesias. Inclinan sus cabezas y cantan sus himnos. Se asombran si alguien se comporta de manera irrespetuosa. Pero en sus corazones, ya no creen que sea algo maravilloso o que haya sido un éxito en lo que se esperaba que hiciera”.
“Como en el caso de la religión, probablemente haya mucha gente que calla sus dudas porque quieren creer. De ese modo, se sienten confortados. El apoyo al Estado de bienestar hace que algunas personas crean que de ese modo expresan su preocupación por la gente pobre y necesitada, incluso cuando ese sistema es particularmente dañino para esa gente. Hay también miedo a no creer. Muchos sienten miedo respecto a lo que pueda suceder al enorme Estado de bienestar. No están seguros de cómo reducir sus dimensiones sin hacer daño a la gente.
De ese modo, estamos en una fase transicional, un periodo en el que el las creencias ha quedado maltrechas, pero en el que las personas aún no gustan de admitirlo y no gustan de admitir la evidencia. Los políticos todavía creen, y con razón, que pueden alcanzar el poder si apenas continúan postrándose ante el altar del Estado de bienestar. Continúan haciéndolo, incluso cuando, como ocurre en el caso de Tony Blair, es evidente que como poco han desistido del viejo modelo de exhaustivo control estatal”.

James Bartholomew “The Welfare State We’re in”, Preface.

Nota al margen: en Amazon.com recomiendan comprarlo junto con "Is the Welfare State Justified?" de Daniel Shapiro. También seguí esta recomendación de Amazon.com y os aseguro que es de fiar.

viernes, septiembre 21, 2007

Nos vamos a Pyongyang: al Hotel Ryugyong

La historia del Hotel Ryugyong es realmente curiosa: Kin Il Sung ordenó levantarlo en Pyongyang, a finales de los ochenta, para mostrar la superioridad de la ingeniería de la Corea comunista respecto de la de Corea del Sur, ya que una empresa radicada en este país acababa de construir en Singapur el que, en ese momento, era el hotel más alto del mundo, el Westin Stamford, hoy Swissôtel The Stamford.

Este es el Hotel Ryugyong:









Y este de abajo es el Swissôtel Stamford.




















El Hotel Ryugyong nunca llegó a terminarse. Es más, amenaza ruina.

Fernando Diaz-Villanueva relata la historia del Ryungyong aquí y concluye contando que "durante años las autoridades de Pyongyang gustaban de publicar postales en las que el hotel aparecía terminado y disfrutando de una iluminación nocturna extraordinaria. Era mentira, simple manipulación fotográfica con la que los jerarcas del régimen trataban de engañar a los visitantes".

Sin embargo, parece que no fue esa la única estrategia de propaganda.
Este enlace lleva a una conocida página desde la que se pueden efectuar reservas en hoteles. Como veréis podéis elegir las fecha en la que alojaros en alguna de las 3000 habitaciones del Hotel Ryugyong de Pyongyang y consultar la disponibilidad para las fechas deseadas; después de esperar unos segundos, veréis una foto de la (supuesta) habitación, un formulario de información del hotel (vacío) y un mensaje: Hotel no disponible.

miércoles, septiembre 19, 2007

Crecimiento económico y libertad

"[...] parece perfectamente posible administrar una próspera sociedad industrial moderna impregnada de un espíritu comunalista o familista y bajo el dominio de un Estado autoritario. Ni la falta de libertad política o intelectual, ni la falta de libertad social, ni la perpetuación de un espíritu familiar confuciano inhiben necesariamente la realización económica. Nos guste o no, el ángel de la muerte que castiga la ineficacia económica no siempre está al servicio de la libertad. Cierto que ha prestado algunos servicios a la libertad, pero no parece que esté permanentemente a sus órdenes. Esto puede entristecer a los que somos liberales y nos sentíamos complacidos al contar con un aliado tan poderoso, pero lo mejos es que nos enfrentemos con los hechos" (Ernest Gellner, Las condiciones de la libertad, Paidos, 1996, p.184)

viernes, septiembre 14, 2007

Perdedores radicales

Interesantes las reflexiones de Hans Magnus Enzensberger en El perdedor radical sobre las motivaciones de los terroristas islamistas. Lejos de explicaciones simplistas y maniqueas, Enzersberger pone el acento en la necesidad de castigar a otros por el fracaso propio. Esta tentación, tan humana, se habría visto agudizada, en el caso de los mulsumanes, por cierta herida narcisista padecida a consecuencia de observar la enorme desviación existente entre, de un lado, la creencia en la superioridad de los musulmanes respecto de los infieles y, de otro lado, la inmensa debilidad cultural y el atraso político, económico y social en que se encuentran los países que integran la ummah musulmana.
En ese contexto, afirma, se llega a la conclusión de que "el mundo exterior hostil no tiene otro propósito que el de humillar a los musulmanes árabes. Por consiguiente reaccionan con irritabilidad extrema a cualquier ofensa, supuesta o real. No es ningún secreto lo fácil que es instrumentalizar tales susceptibilidades. Todo colectivo de perdedores es proclive a lo estados de crispación que pueden explotarse políticamente".
Respecto de las causas del atraso, Enzensberger apunta al pobre del capital humano con el que las sociedades musulmanas han tenido que afrontar la modernidad. Cita el caso de la implantación de la imprenta, que se retrasó tres siglos pues fue saboteada por los jurisconsultos islámicos que no admitían la existencia de otros libros junto al Corán. En cualquier caso, sin descartar la concurrencia de otros factores (probablemente todos ellos de tipo endógeno), lo cierto es que "la total dependencia económica, técnica e intelectual de 'Occidente' resulta difícil de soportar para los afectados" que quedan, de ese modo, a la entera disposición de cualquier líder mesiánico que, paradójicamente, no superaría ningún sencillo test de fidelidad o integridad religiosa y cultural.

viernes, agosto 31, 2007

El gen egoísta

Tras una recomendación, he empezado la lectura de El gen egoísta de Richard Dawkins, el típico libro escrito por un científico un poco showman, para gente que, como yo, no está versada en la materia de que se trate.

Desconozco el juicio que pueda merecer a expertos contradictores, pero a mí, por el momento, me parece sugerente. Dos ideas formuladas por su autor a modo de premisas, me resultan especialmente simpáticas.

La primera de estas ideas es el individualismo, aunque creo que Dawkins va algo más allá de lo que este término normalmente denota. Dawkins es neodarwiniano pero, a diferencia de Darwin y otros que siguieron su estela, no considera a la especie como sujeto de la evolución sino al individuo o a algo aun más reducido pero en todo caso, vinculado a la idea de individuo: los genes de cada uno. Lo dice muy cruda y claramente: "la unidad fundamental de selección [...] no es la especie ni el grupo ni siquiera, estrictamente hablando el individuo. Es el gen, la unidad de la herencia".

La segunda idea es el egoísmo, una cualidad supuesta de cada gen,que lo lleva a reproducirse y también de los seres vivos que le sirven de envoltorio. "Cualquier ser que haya evolucionado por selección natural sera egoísta" afirma Dawkins y, sigue, tenderá a comportarse de modo que consiga el mayor bienestar propio a expensas incluso del bienestar de otros individuos de su especie y de otras especies. Los comportamientos altruistas que manifiestarían ciertos individuos de diversas especies no serían, sostiene el etólogo, sino una actitud limitada que en circunstancias especiales fomentan los genes para alcanzar mejor sus objetivos.

¡¡Ahí queda eso!!

Por cierto, comentando el tema, una amiga de ideas bastante distantes a las mías, refutaba la tesis del egoísmo de los genes a partir del caso de los lemmings. A parte de saber que es un roedor y de unos vagos recuerdos vinculados a la idea de su suicidio colectivo, no sabía yo demasiado de este animal. Movido por la curiosidad he podido saber que la historia del suicidio colectivo cuando la especie alcanza la superpoblación no es más que un mito. El tema, por lo visto aquí, aquí y aquí es una invención forjada al parecer a partir de un documental elaborado por ¡Walt Disney! en la década de los cincuenta, en el que los lemmings fueron "suicidados" ante las cámaras, pues tanto la espantada como el salto por el acantilado fueron provocados por los autores del documental rodado incluso fuera del hábitat natural de los malogrados bichos.

Lejos de hipótesis que harían las delicias de los ecologistas neomalthusianos empeñados en suicidar a una buena parte de la población mundial para salvar a la especie, lo cierto es que los lemmings no se suicidan; más bien ocurre que, en la búsqueda de nuevo territorio en el que establecerse y encontrar alimento, siempre corren en una sola dirección con el fin de no dar vueltas y avanzan de frente o en contra de cualquier obstáculo, sea este un río, el mar o un barranco. La perseverancia del bicho por encontrar tierra combinada la fuerza de la corriente, con lo ancho del mar o con la ley de la gravedad hacen lo demás.

domingo, agosto 26, 2007

Condiciones de la libertad

Ernest Gellner, en Condiciones de la libertad, explicando el fracaso del marxismo y de otras utopías transformadoras a partir de una idea familiar al pensamiento liberal (al menos al de corte empirista o escéptico).

"Parece que la sociedad humana no se presta a la aplicación de proyectos elaborados con antelación por el pensamiento puro. Hay constreñimientos inherentes a la naturaleza del orden social, constreñimientos que deben ser respetados. La estructura social tiene sus propias razones, de las que la mente nada sabe" (p.40).

El libro, escrito en un lenguaje muy fresco, didáctico y asequible, es muy recomendable.

jueves, julio 19, 2007

Víctimas y tribus

Recomiendo la lectura de El hombre desplazado de Tzvetan Todorov y no sólo por el análisis de los regímenes políticos comunistas totalitarios, al que dedica parte del libro.

La parte final es muy interesante. En ella se ponen de manifiesto diversas impresiones del autor en sus visitas a los Estados Unidos: se muestra preocupado, por ejemplo, por el daño que procesos de victimización y de tribalización pueden provocar a los valores sobre los que se asienta la democracia constitucional. Y llama aún más la atención porque alguien que proviene de una de las sociedades más estatalistas en el seno de la victimaria y tribalizada Unión Europea se preocupa por esos fenómenos de aquí cuando está allí.

Todorov detecta riesgos para la autonomía y la individualidad en la deriva victimista que recorre los Estados Unidos, desde las reclamaciones por daños a las elaboraciones más sesudas de sus filósofos, y que llevaría a todos a buscar siempre responsabilidades ajenas para los errores en la propia vida. Este hecho supondría algo así como la demostración de que el ideal heroico (presente en la historia y mítica fundacional de esa nación) se habrían transformado en ideal victimario, con lo que la compasión se habrían convertido en criterio de justicia, bastando, por ejemplo, ser débil para tener razón.

En cuanto a la tribalización supone también una renuncia a la autonomía en la medida en que cada uno se representa a sí mismo como parte de un grupo al que queda alienado. Las cuotas étnicas y los correctivos electorales para garantizar la representación de las minorías, son muestras de ese proceso de tribalización que amenazaría a la regla del anonimato del voto, según la cual todo participante debe tener el mismo peso en la decisión, o lo que es lo mismo, un hombre/un voto o, actualizando al abate Sieyes, que los votos se cuentan por cabezas y no por estamentos, ni tampoco por minorías infra o subrepresentadas.

Un curiosidad: refiere Todorov, ciertas resistencias de los asistentes sociales negros a las adopciones interraciales de niños negros por padres blancos, porque, entre otros motivos, contribuyen a cierto "genocidio cultural". Siguiendo esa lógica, afirma, quizás hubiese que prohibir también matrimonios interraciales o reclamar la segregación en el transporte público o en la escuela.

viernes, junio 22, 2007

Los intelectuales y el poder

Son muchos los ejemplos que demuestran la vinculación de intelectuales y de quienes, con mayor o menor mérito, participan de eso a lo que se llama "mundo de la cultura" con diversas ideologías antiliberales y antidemocráticas y también con regímenes y movimientos políticos manifiestamente autoritarios, cuando no directamente genocidas. La fascinación de la intelectualidad europea, durante décadas, por los regímenes totalitarios comunistas o, a escala nacional, la comprensión, cuando no proximidad, de gran número de intelectuales patrios el nacionalismo vasco o catalán, incluso si cuando se han manifestado de modo violento, son buenos ejemplos.

Los motivos de esta vinculación siempre me han interesado y en algún post anterior y había abordado este asunto.

En una lectura reciente (T. Todorov, El hombre desplazado) he encontrado una triple explicación a este misterio.

Todorov, que nació y vivió en la Bulgaria comunista antes de migrar a Francia, plantea así el problema: "El enigma es el siguiente: mientras que los países europeos llevan casi doscientos años comprometidos con el ideal democrático, ideal apoyado por la gran parte de sus pueblos, los intelectuales, que constituyen en principio el sector más lúcido, han optado más bien por la defensa de regímenes violentos y tiránicos. Si el voto estuviese reservado únicamente a los intelectuales, viviríamos hoy bajo regímenes totalitarios, ¡y ya ni siquiera votaríamos!.

En cuanto a las explicaciones Todorov apunta tres:

1. La primera, inspirada en Orwell, parte de un dato: el intelectual cree ser más inteligente que la media. Sin embargo, los regímenes democráticos son poco propicios para registrar esa superioridad intelectual, pues exigen que todos participen por igual en las decisiones colectivas. Convencidos de su mayor derecho a mandar, y visto que la democracia no asegura una posición de privilegio o que el mercado libre no garantiza que todos "consuman" sus obras, el intelectual se pone al servicio de un poder aristocrático, esto es, no democrático del que aspira a ser consejero a cambio de sustanciosas prebendas.

2. La segunda convierte al intelectual en víctima de su función crítica: efectivamente muchos intelectuales se ven a sí mismos como faros de la Razón, lo que les obliga a ser siempre críticos con el statu quo. Cuando viven en un régimen liberal-democrático siguen ejerciendo esa labor crítica y, en ocaciones, no dudan en utilizar ideologías antiliberales y antidemocráticas como arrietes para criticar lo establecido.

3. La tercera explicación sostiene que los intelectuales están más guiados por lo bello que por lo justo o lo conveniente; no dudan en sacrificar el rigor teórico o la prudencia política o en despreciar los hechos en aras de la espectacularidad o el ingenio de sus conclusiones. Se pirran por épater l' audiance y para hacerlo, recurren a artificios mentales y a ideologías totalizantes mediante las que seducirán a su público. Por los mismos motivos, desprecian las consecuencias reales de esas imágenes, aunque los efectos de aquello que defienden colmen las fosas comunes o se tuesten en hornos crematorios.

Sólo tres comentarios para terminar, formulados en orden inverso a la presentación de las explicaciones.

A la tercera, un comentario del propio Todorov: "¡cuántos yerros se evitarían (¡y cuántas toneladas de papel!) si aceptasen (los intelectuales) el camino inverso y adoptar una postural sólo cuando se hallasen dispuestos a asumir las consecuencias en el ámbito de sus propias vidas". Efectivamente, a las feministas podríamos proponerles una larga estancia en el extranjero, pero no en Nueva York o Londres (que tanto dicen detestar, pero que tanto visitan) sino en Irán o en Sudán y a pié de calle. Los antisistema por su parte podrían conocer las excelencias de los "campos de trabajo" de Corea del Norte.

A la segunda sólo una apostilla: la función crítica de los intelectuales explicaría por qué abrazan las dictaduras para criticar a las democracias en las que viven, pero no por qué siguen abrazados a los regímenes autoritarios cuando estos se convierten en el statu quo que se suponen habrán de denostar.

La primera, la que sugiere que la vinculación entre los intelectuales y el poder obedece al afán de dominio de aquellos, me recordó un pasaje de la novela Baudolino, de Umberto Eco, en el que Baudolino convence al Emperador de que reconozca autonomía a los doctores en derecho de Bolonia pues eso lejos de minorar o amenazar su poder, sólo podrá acrecentarlo. La escena es la siguiente:

"- (...) tú podrías hacer una ley en la que reconoces que los maestros de Bolonia son verdaderamente independientes de cualquier otra potestad, tanto la tuya como la del papa y de cualquier otro soberano, y están sólo al servicio de la Ley. Una vez que se les ha conferido esta dignidad, única en el mundo, ellos afirman que, según la recta razón, el juicio natural y la tradición, la única ley es la romana y el único que la representa es el sacro romano emperador; y que, como tan bien ha dicho el señor Reinaldo, quod principi placuit legis habet vigorem.
- ¿Y por qué deberían decirlo?
- Porque tú les las a cambio el derecho de poderlo decir."

domingo, mayo 27, 2007

¡Ni batirse en retirada, mejor nos suicidamos!

Unas palabras de uno de esos ensayos que nunca me cansaré de recomendar, "Dos conceptos de libertad" de Isaiah Berlin. Berlin alude en ellas a la autonegación ascética, un tipo de doctrina que nos enseña a no desear lo que es difícil tener o a vencer a fuerza de no querer ganar o incluso de querer perder.

"La autonegación ascética puede ser una fuente de integridad, serenidad o fuerza espiritual, pero resulta difícil entender que se la califique de aumento de la libertad. Si me zafo de mi adversario refugiándome en casa y cerrando puertas y ventanas, puede que sea más libre que si me hubiera capturado; pero, ¿soy más libre que si le hubira vencido o le hubiera capturado yo a él? Si esto se lleva demasiado lejos, acaba uno por replegarse en un espacio tan estrecho que sobreviene la muerte por asfixia. La culminación lógica del proceso de destrucción de todo aquello a través de lo cual se me podría lastimar es el suicidio. Mientras viva en el mundo natural, nunca estaré seguro. La liberación total, en este sentido (como muy bien se dio cuenta Schopenhauer) sólo puede darse con la muerte".

Las dedico a los partidarios de las claudicaciones, los apaciguamientos y las rendiciones preventivas y poco honrosas, a la hora de enfrentar problemas como el terrorismo.

miércoles, abril 18, 2007

Un mundo mejor, sí, pero que lo hagan otros...

Una de las muchas preguntas a las que busco respuesta es la referida a los motivos por los que tanta gente siente auténtica admiración, cuando no devoción, por ideologías como el comunismo, y si dicha adhesión se produce por desconocimiento de la carga totalitaria que acompaña a esa ideología o precisamente por íntima, aunque inconfesable, simpatía hacia modelos de gobierno absorbentes y autoritarios.

En algunas recientes lecturas he encontrado algunas respuestas a ese problema:

Stéphane Courtois, en la Introducción a El Libro Negro del Comunismo, cita a Tzvetan Todorov en su libro El hombre desplazado, quien a su vez encuentra dos explicaciones al éxito de las propuestas políticas comunistas y totalitarias: de una lado, la aspiración de todo individuo a construir una sociedad mejor o a transformar el mundo en nombre de un ideal; el carácter transformador y supuestamente benefactor del comunismo casaría bien con ese anhelo universal de justicia. El segundo motivo sería el esfuerzo con que todo individuo carga con el peso de la responsabilidad sobre su propia vida, peso del que se vería liberado en una sociedad comunista gobernada por otros que se encargarían de proveer las necesidades de todos.

Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos ofrece una explicación similar refiriéndose al historicismo, aunque el argumento es válido para cualquier forma de totalitarismo conocida o para las más actuales propuestas comunitaristas. Afirma Popper que esas filosofías han atraído a tantos hombres a causa de la insatisfacción que en ellos produce un mundo que no se asemeja, ni remotamente, a sus ideales morales ni a sus sueños de perfección. De otro lado, la revuelta contra las sociedades liberales e individualistas, liberaría a los sujetos del peso de la civilización y de su responsabilidad personal.

Son muchos los retos intelectuales que plantean ambas explicaciones. Es curioso, por ejemplo, comprobar el modo en que tantos sueños de perfección han acabado convertidos en horribles pesadillas sin que, sin embargo, nadie o casi nadie haya querido siquiera abrir los ojos. De otro lado, es llamativo también que el anhelo de tantos por una sociedad mejor se satisfaga abrazando una ideología probadamente genocida o entregándose en cuerpo y alma a un líder totalitario, mucho más parecido a un pastor que a un gobernante mínimamente responsable de sus actos ante aquellos cuyos asuntos públicos gestiona. Aunque esta circunstancia se explicaría fácilmente por los motivos antes expresados: quien es incapaz de responsabilizarse de su propia vida, difícilmente podrá responsabilizarse de la mejora de la sociedad; no extraña, por tanto, que se ponga en manos del primero que le promete que ya se encarga él y que mire hacia otro lado para no ver los horrores cometidos en esa empresa y de los que, le guste o no, por su dejación él es responsable.