miércoles, abril 18, 2007

Un mundo mejor, sí, pero que lo hagan otros...

Una de las muchas preguntas a las que busco respuesta es la referida a los motivos por los que tanta gente siente auténtica admiración, cuando no devoción, por ideologías como el comunismo, y si dicha adhesión se produce por desconocimiento de la carga totalitaria que acompaña a esa ideología o precisamente por íntima, aunque inconfesable, simpatía hacia modelos de gobierno absorbentes y autoritarios.

En algunas recientes lecturas he encontrado algunas respuestas a ese problema:

Stéphane Courtois, en la Introducción a El Libro Negro del Comunismo, cita a Tzvetan Todorov en su libro El hombre desplazado, quien a su vez encuentra dos explicaciones al éxito de las propuestas políticas comunistas y totalitarias: de una lado, la aspiración de todo individuo a construir una sociedad mejor o a transformar el mundo en nombre de un ideal; el carácter transformador y supuestamente benefactor del comunismo casaría bien con ese anhelo universal de justicia. El segundo motivo sería el esfuerzo con que todo individuo carga con el peso de la responsabilidad sobre su propia vida, peso del que se vería liberado en una sociedad comunista gobernada por otros que se encargarían de proveer las necesidades de todos.

Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos ofrece una explicación similar refiriéndose al historicismo, aunque el argumento es válido para cualquier forma de totalitarismo conocida o para las más actuales propuestas comunitaristas. Afirma Popper que esas filosofías han atraído a tantos hombres a causa de la insatisfacción que en ellos produce un mundo que no se asemeja, ni remotamente, a sus ideales morales ni a sus sueños de perfección. De otro lado, la revuelta contra las sociedades liberales e individualistas, liberaría a los sujetos del peso de la civilización y de su responsabilidad personal.

Son muchos los retos intelectuales que plantean ambas explicaciones. Es curioso, por ejemplo, comprobar el modo en que tantos sueños de perfección han acabado convertidos en horribles pesadillas sin que, sin embargo, nadie o casi nadie haya querido siquiera abrir los ojos. De otro lado, es llamativo también que el anhelo de tantos por una sociedad mejor se satisfaga abrazando una ideología probadamente genocida o entregándose en cuerpo y alma a un líder totalitario, mucho más parecido a un pastor que a un gobernante mínimamente responsable de sus actos ante aquellos cuyos asuntos públicos gestiona. Aunque esta circunstancia se explicaría fácilmente por los motivos antes expresados: quien es incapaz de responsabilizarse de su propia vida, difícilmente podrá responsabilizarse de la mejora de la sociedad; no extraña, por tanto, que se ponga en manos del primero que le promete que ya se encarga él y que mire hacia otro lado para no ver los horrores cometidos en esa empresa y de los que, le guste o no, por su dejación él es responsable.