Hace unos días expresé mi preocupación por la radicalidad de
la reacción de muchos opinadores en foros
varios hacia a la convocatoria de una serie de reuniones por parte de los
simpatizantes de una página dedicada al pensamiento “masculinista” (sic). La preocupación
obedecía fundamentalmente a un motivo: la facilidad con la que tanta gente se
muestra dispuesta a restringir el ejercicio de las libertades de aquellos a los
que detestan.
Ahora, con el asunto de los títeres, asistimos a un caso similar,
aunque las opiniones son más variadas: hay quienes consideran que la libertad
de expresión tiene límites y que no ampara la apología del terrorismo; hay
quienes afirman que la libertad de expresión de los titiriteros debe respetarse
incluso si su obra pueda nos resulta detestable; y hay quien no considera
detestable el mensaje.
Es obvio que hay muchas diferencias entre el caso de los
machistas y el de los titiriteros: los titiriteros habían sido contratados por
una administración y los machistas no; los titiriteros están en prisión y los
machistas solo vieron como algunas administraciones condenaron y reclamaron el
ejercicio de acciones legales frente a su pretensión y como se programaron
contramanifestaciones en los lugares donde se ellos habían citado.
Pero hay también alguna coincidencia: las reacciones ante uno
y otro evento raramente obedecen a consideraciones de principio. Da la
impresión de que el mismo principio que fundamenta una postura en un caso, brilla
por su ausencia en el otro. Así, hay quien en un caso defiende la libertad de
expresión de quienes dicen cosas detestables, luego, en el otro reclama
censura. Hay quien afirma que el machismo genera violencia, pero en el otro no ve
ninguna relación entre la apología del terrorista y el acto terrorista, o a la inversa. En fin… más que criterios, son,
como dije una vez, garrotazos.
Pues, con el ánimo de hacer amigos, aquí va mi opinión: responsabilidad
de la administración al margen, creo que tanto los machistas como los
titiriteros tienen el derecho a expresar sea en sus reuniones, sea en sus
obras, sus planteamientos éticos y políticos, nos gusten o no. Las excepciones
a este principio deberían ser mínimas. No simpatizo ni con los machistas, ni con
los que siempre encuentran ocasión para mostrar su comprensión y simpatía con el
terrorismo, pero ni unos debieron ser oficialmente condenados, ni los otros
debieron ser encarcelados.