martes, marzo 15, 2016

Asco, odio, solidaridad y fraternidad

Fuertes y recientes oscilaciones en el Odiómetro que tengo instalado en mi móvil (una app que he diseñado que mide el nivel de odio en la arena política a partir del contenido de una serie de cuentas predeterminadas de Twitter; disponible la Apple Play y la Google Store), me ponen sobre la pista de unos ensayos de Aurel Kolnai, escritos en los años 30 y recientemente publicados bajo el título de “Asco, soberbia, odio” por la editorial Encuentro. El libro trata sobre el asco, la soberbia y el odio, unas emociones negativas pueden llegar a definir nuestros valores éticos y preferencias políticas, aunque, a la larga, terminan provocando una ruptura de lazos y vínculos positivos con nuestros semejantes y con el mundo que nos rodea.
Estoy trabajando en el Ascómetro, un complemento del Odiómetro, convencido de que lo que viene motivando crecientemente muchos juicios morales y políticos no es exactamente el odio a algunos de los otros (que no deja de ser un sentimiento reactivo), sino el asco (una emoción en la que el rechazo radical, incluso biológico, a lo asqueroso es compatible con el hecho de que no se puede dejar de observar a aquello que lo provoca).
Mientras hago los ajustes pertinentes, me pregunto cómo hacen algunos para compatibilizar sus expresiones de odio y asco con sus llamamientos a estrechar lazos fraternos y con su inquebrantable compromiso con la solidaridad y la justicia social. Al fin y al cabo, el principio ético constituyente de estos últimos valores es el compromiso mutuo de todos y cada uno de los seres humanos con el bienestar de todos los demás (mutual concern). En esto hay que reconocer que Jesucristo fue congruente cuando dijo aquellos de que “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros: como os he amado” (Juan 13: 34). Pero ¿qué credibilidad tienen quienes odian y dicen que debemos amarnos? ¿Qué credibilidad tienen quienes predican la fraternidad y nos llaman a asumir resueltamente las cargas de la solidaridad si están motivados por odio y asco hacia muchos de los que les rodean? Dice Kolnai que no se puede odiar y amar al tiempo –algo que parece de sentido común– y que el odio es destructivo de su objeto: entonces, ¿cuál es el destino de los odiados en el proceso de construcción de una sociedad fraterna en la que solo caben individuos a los que se puede amar y que se aman?

Me refiero a los mismos a los que se refiere Jorge Vílchez en su artículo en El Español que podéis encontrar aquí .