Son muchos los ejemplos que demuestran la vinculación de intelectuales y de quienes, con mayor o menor mérito, participan de eso a lo que se llama "mundo de la cultura" con diversas ideologías antiliberales y antidemocráticas y también con regímenes y movimientos políticos manifiestamente autoritarios, cuando no directamente genocidas. La fascinación de la intelectualidad europea, durante décadas, por los regímenes totalitarios comunistas o, a escala nacional, la comprensión, cuando no proximidad, de gran número de intelectuales patrios el nacionalismo vasco o catalán, incluso si cuando se han manifestado de modo violento, son buenos ejemplos.
Los motivos de esta vinculación siempre me han interesado y en algún post anterior y había abordado este asunto.
En una lectura reciente (T. Todorov, El hombre desplazado) he encontrado una triple explicación a este misterio.
Todorov, que nació y vivió en la Bulgaria comunista antes de migrar a Francia, plantea así el problema: "El enigma es el siguiente: mientras que los países europeos llevan casi doscientos años comprometidos con el ideal democrático, ideal apoyado por la gran parte de sus pueblos, los intelectuales, que constituyen en principio el sector más lúcido, han optado más bien por la defensa de regímenes violentos y tiránicos. Si el voto estuviese reservado únicamente a los intelectuales, viviríamos hoy bajo regímenes totalitarios, ¡y ya ni siquiera votaríamos!.
En cuanto a las explicaciones Todorov apunta tres:
1. La primera, inspirada en Orwell, parte de un dato: el intelectual cree ser más inteligente que la media. Sin embargo, los regímenes democráticos son poco propicios para registrar esa superioridad intelectual, pues exigen que todos participen por igual en las decisiones colectivas. Convencidos de su mayor derecho a mandar, y visto que la democracia no asegura una posición de privilegio o que el mercado libre no garantiza que todos "consuman" sus obras, el intelectual se pone al servicio de un poder aristocrático, esto es, no democrático del que aspira a ser consejero a cambio de sustanciosas prebendas.
2. La segunda convierte al intelectual en víctima de su función crítica: efectivamente muchos intelectuales se ven a sí mismos como faros de la Razón, lo que les obliga a ser siempre críticos con el statu quo. Cuando viven en un régimen liberal-democrático siguen ejerciendo esa labor crítica y, en ocaciones, no dudan en utilizar ideologías antiliberales y antidemocráticas como arrietes para criticar lo establecido.
3. La tercera explicación sostiene que los intelectuales están más guiados por lo bello que por lo justo o lo conveniente; no dudan en sacrificar el rigor teórico o la prudencia política o en despreciar los hechos en aras de la espectacularidad o el ingenio de sus conclusiones. Se pirran por épater l' audiance y para hacerlo, recurren a artificios mentales y a ideologías totalizantes mediante las que seducirán a su público. Por los mismos motivos, desprecian las consecuencias reales de esas imágenes, aunque los efectos de aquello que defienden colmen las fosas comunes o se tuesten en hornos crematorios.
Sólo tres comentarios para terminar, formulados en orden inverso a la presentación de las explicaciones.
A la tercera, un comentario del propio Todorov: "¡cuántos yerros se evitarían (¡y cuántas toneladas de papel!) si aceptasen (los intelectuales) el camino inverso y adoptar una postural sólo cuando se hallasen dispuestos a asumir las consecuencias en el ámbito de sus propias vidas". Efectivamente, a las feministas podríamos proponerles una larga estancia en el extranjero, pero no en Nueva York o Londres (que tanto dicen detestar, pero que tanto visitan) sino en Irán o en Sudán y a pié de calle. Los antisistema por su parte podrían conocer las excelencias de los "campos de trabajo" de Corea del Norte.
A la segunda sólo una apostilla: la función crítica de los intelectuales explicaría por qué abrazan las dictaduras para criticar a las democracias en las que viven, pero no por qué siguen abrazados a los regímenes autoritarios cuando estos se convierten en el statu quo que se suponen habrán de denostar.
La primera, la que sugiere que la vinculación entre los intelectuales y el poder obedece al afán de dominio de aquellos, me recordó un pasaje de la novela Baudolino, de Umberto Eco, en el que Baudolino convence al Emperador de que reconozca autonomía a los doctores en derecho de Bolonia pues eso lejos de minorar o amenazar su poder, sólo podrá acrecentarlo. La escena es la siguiente:
"- (...) tú podrías hacer una ley en la que reconoces que los maestros de Bolonia son verdaderamente independientes de cualquier otra potestad, tanto la tuya como la del papa y de cualquier otro soberano, y están sólo al servicio de la Ley. Una vez que se les ha conferido esta dignidad, única en el mundo, ellos afirman que, según la recta razón, el juicio natural y la tradición, la única ley es la romana y el único que la representa es el sacro romano emperador; y que, como tan bien ha dicho el señor Reinaldo, quod principi placuit legis habet vigorem.
- ¿Y por qué deberían decirlo?
- Porque tú les las a cambio el derecho de poderlo decir."
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