lunes, mayo 08, 2017

EL INSULTO DE MODA: ¡ERES LA CAUSA DEL FASCISMO!


Cada vez cuela menos eso de acusar a quien no piensa como tú de fascista. Que alguien que se considera a sí mismo antifascista (sin más credenciales que el hecho de que así lo manifiesta quien lo manifiesta) se crea con el derecho a condenar como fascista a todo aquel que no piensa como él, solo pone de manifiesto cierto simplismo y bastante maniqueísmo en el pensamiento de quien así razona. Eso en el mejor de los casos.
En cualquier caso, el “argumento” finalmente se ha roto de tanto usarlo. Tanto señalar a conservadores, liberales, moderados e incluso socialdemócratas como fascistas para expulsarlos del foro público sin justificación ni réplica, que la acusación ya no cuela ni asusta a nadie. Según de quien venga, es incluso un cumplido y probablemente no has alcanzado la madurez intelectual hasta que no te haces acreedor del insulto de boca de alguno de los vehementes guardianes habituales de las esencias antifascistas.
Sin embargo, cuando la acusación parecía superada, resulta que vuelve a aparecer algo más refinada: ahora, los populistas de izquierdas distinguen entre los fascistas y los que son “causa del fascismo”.
En las últimas semanas, por ejemplo, se han condenado las propuestas del presidente francés recién electo por ser la causa del fascismo, es decir, la causa del resultado electoral del Frente Nacional. Es más, incluso se ha vaticinado una no muy lejana victoria del populismo lepenista francés que será la consecuencia del éxito de ayer de Macron que, por tanto, es su causa y así sucesivamente.
No me parece una conclusión razonable, pero en lugar de presupuestos y vaticinios, intentaré explicarme ¿En qué sentido alguien que se declara a sí mismo social-liberal podría ser causa del fascismo? Francamente creo que en ninguno relevante.
Condenar preventivamente a Macron por ser la causa de la victoria electoral de Le Pen en el 2022 solo podría explicarse si concebimos el espacio político de un modo muy simple, como un espacio donde hay dos fenómenos que compiten entre sí de modo que cualquier contracción de uno es necesariamente la causa de la expansión del otro. En ese marco, cualquier repunte en votos del populismo lepenista será, por tanto, necesariamente consecuencia de las decisiones de gobierno adoptadas por quienes lograron la victoria en las anteriores elecciones.
Ese escenario no solo es implausible. Es escasamente interesante.
Lo que sí que me resulta interesante es que en esa significativa oposición entre liberalismo social y populismo de derechas, el populista de izquierdas se ha situado de perfil y oportunamente al margen. Muchos populistas de izquierdas no han considerado oportuno pedir el voto para Macron para parar a Le Pen. Cuando se les ha llamado la atención sobre lo delicado del asunto o se les ha pedido alguna justificación para la decisión, han señalado, como he leído por ahí, que no iban a elegir entre el fascismo o sus causas. En fin... libertad de expresión y cada cual con su conciencia.
Pero no es exactamente eso lo que me interesa. Lo que me interesa es la dislocación del espacio político y el marco ideológico en que nos encontramos sumidos y como ciertas etiquetas que, cual constelaciones, nos servían para navegar por el proceloso piélago político-ideológico-electoral ya no sirven porque parecen estar fuera de su posición natural.
Pese a que muchos, quizás yo lo haya hecho en alguna ocasión, las daban por fenecidas, pienso que etiquetas tan familiares como las de “izquierda” y “derecha” siguen siendo útiles. No lo son, obviamente, si las identificamos sin más con el bien y el mal, como tan frecuentemente ocurre. Eso es tan ingenuo como ridículo. Sí parecen aún útiles si las ponemos en relación con la mayor o menor querencia por la igualdad o la libertad. No soy nada original si sugiero que es de izquierdas quien, en algun forma, valora más la igualdad que la libertad y de derechas quien, de algún modo, antepone libertad a igualdad. Sé que esto es muy complejo y que presenta muchos niveles y sé que hay versiones de cualquiera de los valores que dicen englobar el sentido del otro. Pero creo que hay cierto poso de sentido en la distinción que se ha mostrado muy difícilmente reductible y por eso no soy partidario de arrojarla por la borda. No en vano, permite distinguir, por ejemplo, entre los populismos de izquierdas (como el Podemos de Pablo Iglesias) y los populismos de derechas (como el Frente Nacional de Marine Le Pen o el UKIP de Nigel Farage).
El problema, como se aprecia, es que esa etiqueta izquierdas/igualdad y derechas/libertad no es la única operativa. Más significativas que las diferencias entre populismos por ser unos de izquierdas y otros de derechas, me parecen los rasgos que comparten los populismos y también aquello a lo que los populismos se oponen.
¿Qué es lo que comparten? Todos los populismos, sean de izquierdas o de derechas, son precisamente eso: populismos.
¿A qué se oponen? Al liberalismo político y democrático en sentido amplio.
Y de nuevo. ¿Qué define al populismo para saber qué es y por qué se opone a lo que se opone?
Pendiente una investigación más profunda, creo que hay dos dimensiones importantes en la definición del populismo: la ética y la política.
El discurso populista está dominado por un rasgo ético radical que no es sino la enésima manifestación de la muy humana tendencia a oponer entre el bien y el mal absolutos. En este caso, la división se da entre el pueblo bueno (la gente) y un enemigo malo y corrompido que es la causa de todos los males del pueblo auténtico. La identificación del enemigo la llevan a cabo los líderes populistas, que aunque no lo parezca son pueblo y no élite. El enemigo auténtico suele ser el que está en el poder, aunque con frecuencia se asocia con los que son algún elemento que sea fácilmente identificable como alguien extraño o distinto, como ocurre, por ejemplo, con los inmigrantes, los ricos, los banqueros, los burócratas o alguna potencia extranjera. Como se dibujan exactamente los contornos de esos dos actores varía, en efecto, de unos países a otros y, pendiente verificación empírica, supongo que es algo que obedecerá a las mayores o menores expectativas electorales del trazo. Lo hemos visto en el discurso de Trump, cuando se dirigía a sus votantes y les decía que hablaba como ellos y que no les insultaba con su discurso. Lo hemos visto en Gran Bretaña con la inmigración y la eurocracia o en Francia donde advertencias referidas a Alemania, el enemigo histórico (!), se han combinado con las acusaciones dirigidas a una supuesta élite antipatriótica que era señalada simultáneamente como responsable de los problemas de deslocalización industrial y de los problemas de seguridad causados por la inmigración musulmana. Lo vemos en España, donde se nos informa que es notorio que hay una trama corrupta política-mediático-financiera-empresarial que mueve los hilos que causan dolor a la gente buena y sencilla.
La consecuencia política de lo anterior y el segundo rasgo común a los populismos es su difícil relación con la democracia liberal y representativa. Los políticos populistas se consideran a sí mismos buenos y parte del buen pueblo. No creen que los intereses del pueblo estén realmente representados si los resultados electorales no son los que ellos se desean, es decir, si la gente real no les vota. Cuando no ganan las elecciones es porque la gente ha votado por miedo, por ignorancia, porque estaba manipulada o porque votaron los demasiado mayores o los demasiado jóvenes. Las preferencias de los populistas en lo que a representación política se refiere apuntan más bien a formas de representación virtual, según las cuales ellos representan al pueblo aun cuando los electores no les votan porque ellos serían la opción elegida si el pueblo fuese auténticamente consciente de sus intereses verdaderos y si no fuese inculto, si no estuviese manipulado, etcétera. Por razones similares, su relación con la democracia liberal es difícil: su preferencia es por modelos de democracia sustancial, donde la validez de las decisiones políticas no es procedimental o formal. Es decir, que el hecho de que una decisión sea válida no depende para ellos del procedimiento por el que se adoptó, sino de la corrección material de lo decidido: el populista no considera válidas las leyes aprobadas en el parlamento cuando no tienen el contenido que ellos suponen que deberían tener. Para ellos solo es válida la decisión democrática que respeta los derechos del pueblo y, recuérdese, estos derechos son los derechos que según ellos corresponden al pueblo y que no tienen por qué coincidir con los derechos que cada integrante singular del pueblo real reclama. Por las mismas razones, el populista no considera legítimo al presidente elegido por mayoría según el procedimiento constitucional, porque el populista considera que ese es un miembro de la élite corrupta y que, por tanto, no tiene derecho a mandar. No en vano, solo el político populista participaría de ese derecho de modo natural. La gente, que solo habla por la boca del populista, ha condenado ya a los demás como simples usurpadores ilegítimos.
Esa oposición, entre variantes del populismo y versiones del liberalismo democrático es la que me parece ha sido dominante en las últimas contiendas electorales. Creo que se está demostrando que la oposición entre izquierdas y derechas es interna y subsidiaria a esa distinción más elemental. Pendiente una teorización más completa, el resultado apunta a un entrecruzamiento de doble nivel entre, de un lado, populistas y liberales y, del otro, izquierda y derecha.
Veamos si la doble distinción tiene algún valor explicativo. Pensemos en Francia, donde a diferencia de lo que existe en España donde solo hay un populismo, hay dos: uno de izquierdas y otro de derechas. Lo dicho ayudaría a explicar las dificultades que han debido experimentar algunos votantes de Melenchon, pues no han despegarse su etiqueta tradicional que los sitúa en la izquierda para votar a una candidata, populista como ellos, pero de derechas. Es precisamente esa comunión populista la que explicaba las numerosas coincidencias entre ambas opciones: rechazo a la austeridad, al euro, a la Unión Europea, a la globalización, etcétera.
Como espero se aprecie también, un populismo de derechas e incluso un populismo fascista podría nutrirse no solo de votantes tradicionales de derechas, sino también de votantes populistas del signo opuesto. Por esa razón, la afirmación de que el liberalismo es, como mucho, tan verdad como la afirmación de que el populismo de izquierdas es la causa del populismo de derechas. Las coincidencias significativas entre los populismos de izquierdas y los de derechas en materia globalización, mercado de trabajo, política asistencial, soberanía económica y monetaria abonan la tesis de la convergencia de ambos. De otro lado, el discurso exaltado y doctrinario con el que típicamente los líderes populistas movilizan a la gente puede servir perfectamente para prender la mecha de un populismo de distinto signo. ¿Acaso dudarán los populistas de izquierdas, convencidos sus votantes de que todo está corrompido, en dar su apoyo a opciones populistas de derechas para así dar a sus líderes otra ocasión de demostrar la verdad de la muy leninista máxima de que cuanto peor, mejor?
En cualquier caso, nadie debería dejarse engañar: el liberalismo no es la causa del fascismo, porque el fascismo es una forma de populismo y el liberalismo, en cualquiera de sus variantes, es la antítesis del populismo. Si algunos votantes de derechas pudieran favorecer a un totalitarismo fascista y terminar siendo su causa, lo serían exactamente en la misma medida en que algunos votantes de izquierdas podrían serlo del totalitarismo comunista. Nada que ver, sin embargo, en esas coordenadas, con el liberalismo genuino.
Es más, el liberalismo es la única vacuna que ha demostrado cierta eficacia en la prevención del populismo en cualquiera de sus versiones. Las razones son su moderación y su insistencia en la pluralidad social ética y política. Frente a la maniquea reducción populista que nos divide en buenos y malos (como lo de los antifascistas a un lado y al otro fascistas y causas del fascismo) solo los liberales presuponemos que la sociedad está formada no por dos partes enemigas, una buena y otra mala, sino por millones de individuos que tienen mucho que ganar con su cooperación y poco con su enfrentamiento. Cada uno de esos individuos es singular y portador de sus propios intereses y sus propias convicciones éticas y lealtades políticas que son fruto de rasgos del carácter, enseñanzas y experiencias personales que son irrepetibles sí y constitutivos de los propios valores que cada individuo suscribe. Coherente con ese presupuesto ético, es nuestra decidida apuesta por la democracia constitucional y representativa, pese todos sus defectos, por sus virtudes y, especialmente, por su marcado contraste con los gobiernos frentistas y cainitas y las sociedades homogéneas y dirigidas que otros favorecen.

sábado, noviembre 26, 2016

Ha muerto un dictador sanguinario

Como la Comisaria europea de Comercio, Cecilia Malmström, llevo toda la tarde extrañado por las palabras de afecto y los homenajes que se le vienen tributando a Fidel Castro.
Soy consciente de que fue un expresidente de Cuba y de que las instituciones de gobierno no deben ser hirientes y han de guardar el apropiado respeto diplomático e institucional.
Sin embargo, no recuerdo palabras tan cálidas cuando falleció Pinochet, también expresidente, también dictador y bajo cuyo gobierno también se cometieron terribles crímenes. ¡Me habrían horrorizado!
No vamos a entrar en una guerra de cifras y fuentes, aunque hay muchas que apuntan a un número mayor de víctimas de Castro que de Pinochet. De hecho no he encontrado nada en sentido contrario.
Podríamos declarar tablas y dejarlo en tres o cuatro mil por gorra y hacer como dicen que hizo Roosevelt cuando Stalin sugirió ejecutar a 50.000 oficiales alemanes al término de la Segunda Guerra Mundial. Roosevelt, al parecer, propuso dejarlo en 49.000 para evitar que Churchill –que había dicho “preferiría que me llevaran ahora mismo al jardín de mi casa y me fusilaran antes que tolerar semejante infamia”–  se levantara de la mesa de la Conferencia de Teherán.
Lo que me sorprende, en cualquier caso, es cómo abundan quienes consideran que un dictador así, que un dictador como Castro, es un referente personal de sus valores ideológicos. Cuando eso ocurre, no hay ni claros ni oscuros: lo único que ocurre es que uno tiene un problema con sus referentes personales, con sus valores ideológicos o, lo que es más probable, con ambos.

Al margen, me recuerda también aquello sobre lo que teorizó Kolnai cuando subrayó que esa “contradicción” no obedece a un defecto personal de nadie ni es un signo de ingenuidad o candidez, sino que es uno de los rasgos definitorios más profundos y perversos del pensamiento utópico: el pensamiento utópico es intrínsecamente contradictorio no solo en el obvio sentido de que considera posible realizar lo imposible. También lo es porque ve libertadores en los tiranos, identifica opresión con libertad, sumisión con igualdad, miseria con prosperidad, miedo con seguridad, etcétera. Alguien que piensa así y que se pone y propone objetivos imposibles y corrompidos, concluye Kolnai, se corrompe también a sí mismo y a los demás porque destruye la relación natural que existe entre valores y propósitos de un lado y del otro la acción humana y política.

viernes, noviembre 18, 2016

Žižek el maoísta y sus desvaríos


Escuchar a Slavoj Žižek decir que es maoísta y se alegra del éxito electoral de Trump porque ofrece grandes oportunidades para cambios políticos de fondo (video 4’ 02’’): cero euros.
Escuchar a Žižek decir que el ejemplo es Mao porque después de Mao vino Deng Xiaoping (video 4’16’’): cero euros.
Pensar que eso es como si alguien se alegrase de la victoria electoral de Hitler y se declarase nazi porque después de Hitler vino Konrad Adenauer: cero euros.
Corregir inmediatamente porque aunque Mao soporta la comparación con Hitter, Den Xiaoping (el de Tiananmen) no la soporta con Adenuaer: cero euros.
El dolor en el pecho se te mete de pensar que personajes como Žižek inspiran revoluciones a golpe de tweet, no hay dinero en el mundo para quitártelo.

Video aquí

Propaganda, respeto, fin y medios

No creo que el fin propagandístico justifique los medios. 
No voy a misa porque soy ateo y creo que ser ateo, como ser republicano, no es una condición privada que deba ocultarse. Pero cuando no queda más remedio que acudir a la iglesia muestro una actitud de respeto exquisita. Me pongo de pie y doy la mano cuando me la ofrecen. No aprovecho los funerales o las bodas para hacer apología de mi ateísmo. No me arrodillo, pero si alguien me lo recriminase (nadie lo ha hecho) quizás lo hiciese por respeto a alguien con quien comparto algo, sea la amistad con los novios sea el recuerdo del difunto. La instrumentalización de un acto en el que participo y que no es mío a mis fines me parece egoísta e injustificable. 
Tampoco veo justificación para una falta de respeto a las instituciones, incluida la cámara a la que se pertenece y en la que se tiene el mismo derecho a expresarse y tomar decisiones que tiene cualquiera otro de sus miembros.
Puedo entenderlo (no justificarlo) en partidos minoritarios y marginales, sin vocación ni posibilidades de gobierno, que, dicho sea de paso, simplemente no acuden al acto para no participar en el mismo en lugar de instrumentalizar al acto y a la institución que lo patrocina para fines propagandísticos.
En un partido con vocación y posibilidades reales de gobierno, esa falta de respeto es preocupante porque pone de manifiesto desprecio a los sentimientos y valores de muchos de los ciudadanos a los que se pretende gobernar y quizás algún día se gobierne. 
Podemos no debería haber instrumentalizado el acto de apertura de las Cortes para lograr fines políticos partidistas. Al hacerlo ha ofendido los sentimientos de millones de conciudadanos (compatriotas, gusta en decir Iglesias). Podemos ha decidido faltar el respeto al Rey y a las Cortes que me representan (los medios) para lograr notoriedad (su fin) y al hacerlo ha demostrado lo que le importan mis sentimientos, afinidades y valores, es decir, lo que le importo yo y millones de españoles como yo, porque nuestros sentimientos, afinidades y valores son parte de lo que somos.
Yo respeto a los republicanos y respeto a Podemos. Defiendo que puedan manifestarse con sus símbolos y que los reclamen públicamente. No me planteo acudir a Vistalegre a exponer a gritos mi radical oposición a sus ideas impidiendo así a Podemos hacer su asamblea.
En mi ingenuidad y quizás ignorancia, aún creo que el Congreso no es un plató al que se acude a hacer propaganda, sino que es el lugar donde se intentan resolver los problemas de la ciudadanía y que los problemas se resuelven documentándose, discutiendo, proponiendo, decidiendo y corrigiendo. Quien no tiene nada que ofrecer al respecto, tiene que ofrecer otra cosa distinta. 
Si Podemos ofende los sentimientos y valores de los ciudadanos a los que pretende gobernar es porque el desprecio a parte de la ciudadanía no es percibido como un mal, sino como un recurso, como un medio legítimo para obtener el máximo respaldo a la propia causa ofreciendo a los potenciales electores no razones ni argumentos sino alimento para su resentimiento cainita. Además, al ofender ostensiblemente a los que no le apoyan se crea un clima de enfrentamiento entre los conciudadanos en el que ese odio alimentado es razón suficiente para una fidelidad ciega. Hoy Podemos ha ofendido a media España y ha aumentado la profundidad de la trinchera que separa a los españoles (ya Iglesias anunció hace días que iba a dedicar a cavarla). Pero que nadie se confunda: el rechazo a Podemos producido por Podemos es directamente proporcional a nivel de adhesión de su fieles. A Podemos nunca le faltarán fieles. A los españoles nunca nos faltará odio. Gracias, Pablo.

martes, marzo 15, 2016

Asco, odio, solidaridad y fraternidad

Fuertes y recientes oscilaciones en el Odiómetro que tengo instalado en mi móvil (una app que he diseñado que mide el nivel de odio en la arena política a partir del contenido de una serie de cuentas predeterminadas de Twitter; disponible la Apple Play y la Google Store), me ponen sobre la pista de unos ensayos de Aurel Kolnai, escritos en los años 30 y recientemente publicados bajo el título de “Asco, soberbia, odio” por la editorial Encuentro. El libro trata sobre el asco, la soberbia y el odio, unas emociones negativas pueden llegar a definir nuestros valores éticos y preferencias políticas, aunque, a la larga, terminan provocando una ruptura de lazos y vínculos positivos con nuestros semejantes y con el mundo que nos rodea.
Estoy trabajando en el Ascómetro, un complemento del Odiómetro, convencido de que lo que viene motivando crecientemente muchos juicios morales y políticos no es exactamente el odio a algunos de los otros (que no deja de ser un sentimiento reactivo), sino el asco (una emoción en la que el rechazo radical, incluso biológico, a lo asqueroso es compatible con el hecho de que no se puede dejar de observar a aquello que lo provoca).
Mientras hago los ajustes pertinentes, me pregunto cómo hacen algunos para compatibilizar sus expresiones de odio y asco con sus llamamientos a estrechar lazos fraternos y con su inquebrantable compromiso con la solidaridad y la justicia social. Al fin y al cabo, el principio ético constituyente de estos últimos valores es el compromiso mutuo de todos y cada uno de los seres humanos con el bienestar de todos los demás (mutual concern). En esto hay que reconocer que Jesucristo fue congruente cuando dijo aquellos de que “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros: como os he amado” (Juan 13: 34). Pero ¿qué credibilidad tienen quienes odian y dicen que debemos amarnos? ¿Qué credibilidad tienen quienes predican la fraternidad y nos llaman a asumir resueltamente las cargas de la solidaridad si están motivados por odio y asco hacia muchos de los que les rodean? Dice Kolnai que no se puede odiar y amar al tiempo –algo que parece de sentido común– y que el odio es destructivo de su objeto: entonces, ¿cuál es el destino de los odiados en el proceso de construcción de una sociedad fraterna en la que solo caben individuos a los que se puede amar y que se aman?

Me refiero a los mismos a los que se refiere Jorge Vílchez en su artículo en El Español que podéis encontrar aquí .

martes, febrero 09, 2016

Machistas y titiriteros

Hace unos días expresé mi preocupación por la radicalidad de la reacción de muchos opinadores en foros varios hacia a la convocatoria de una serie de reuniones por parte de los simpatizantes de una página dedicada al pensamiento “masculinista” (sic). La preocupación obedecía fundamentalmente a un motivo: la facilidad con la que tanta gente se muestra dispuesta a restringir el ejercicio de las libertades de aquellos a los que detestan.
Ahora, con el asunto de los títeres, asistimos a un caso similar, aunque las opiniones son más variadas: hay quienes consideran que la libertad de expresión tiene límites y que no ampara la apología del terrorismo; hay quienes afirman que la libertad de expresión de los titiriteros debe respetarse incluso si su obra pueda nos resulta detestable; y hay quien no considera detestable el mensaje.
Es obvio que hay muchas diferencias entre el caso de los machistas y el de los titiriteros: los titiriteros habían sido contratados por una administración y los machistas no; los titiriteros están en prisión y los machistas solo vieron como algunas administraciones condenaron y reclamaron el ejercicio de acciones legales frente a su pretensión y como se programaron contramanifestaciones en los lugares donde se ellos habían citado.
Pero hay también alguna coincidencia: las reacciones ante uno y otro evento raramente obedecen a consideraciones de principio. Da la impresión de que el mismo principio que fundamenta una postura en un caso, brilla por su ausencia en el otro. Así, hay quien en un caso defiende la libertad de expresión de quienes dicen cosas detestables, luego, en el otro reclama censura. Hay quien afirma que el machismo genera violencia, pero en el otro no ve ninguna relación entre la apología del terrorista y el acto terrorista, o a  la inversa. En fin… más que criterios, son, como dije una vez, garrotazos.

Pues, con el ánimo de hacer amigos, aquí va mi opinión: responsabilidad de la administración al margen, creo que tanto los machistas como los titiriteros tienen el derecho a expresar sea en sus reuniones, sea en sus obras, sus planteamientos éticos y políticos, nos gusten o no. Las excepciones a este principio deberían ser mínimas. No simpatizo ni con los machistas, ni con los que siempre encuentran ocasión para mostrar su comprensión y simpatía con el terrorismo, pero ni unos debieron ser oficialmente condenados, ni los otros debieron ser encarcelados.

jueves, febrero 04, 2016

Return of the Kings

He contemplado con una mezcla de interés, pena, asombro y preocupación la historia de la reacción frente a las reuniones de los de Return of the Kings. Interés profesional en si se puede ejercer un derecho (de reunión) con fines moralmente detestables; pena por el ideario de los Kings en cuestión; asombro por el tratamiento informativo del tema y por ver a muchos que se oponían la Ley Mordaza porque restringía los derechos pedir a ayuntamientos la prohibición del ejercicio del derecho de reunión; y preocupación por el carácter de la concepción de los derechos humanos que hoy parece dominante.
Parece que las reuniones han sido canceladas, pero la publicidad que han conseguido los seguidores de Return of the Kings es impagable.

miércoles, febrero 03, 2016

A garrotazos

En este país de enemigos íntimos, en Nerva ( aquí ) han retirado a Arcadi Espada una distinción por razones similares a las razones por las que en Villarrubia de los Ojos han retirado el nombre de Tierno Galván a un parque ( aquí ). 


Escucho garrotazos a favor o en contra.