sábado, abril 30, 2005

Antiamericanismo desvergonzado

Hoy he presenciado unos de los ejercicios de adoctrinamiento más burdos que recuerdo: a ver quién adivina con qué noticia ha abierto hoy el Informativo de Tele 5 de las 14,30 (y casi cerrado, porque la noticia concluye a las 14,43 ).

¿Miles de españoles atrapados en las carreteras camino de cualquier lugar?

¿Declaraciones de ZP que “lamenta” (pero no condena) “que los ciudadanos pierdan horas en lo que representa su derecho al descanso”?

No, nada de eso.

La noticia de portada era el 30 aniversario del final de la Guerra del Vietnam.

El contenido del publireportaje no podía ser más intencionado e infamante: alusiones a la aventura imperialista, imágenes del ejército humillado y de los marines abandonando precipitadamente la embajada combinadas con las banderas liberadoras ondenado al viento y concurridos desfiles de la victoria. En suma, toda una demostración de que la superpotencia no es invencible. Ánimo, resistentes e insurgentes, que la batalla no está perdida.

Sigue con imágenes de ciudadanos vietnamitas intentando abandonar el país ante el avance comunista y trepando los muros de la embajada americana, pero, ¿qué es esto? ¿Huyen del comunismo? ¿Cómo es posible? Noooo, es son chinos y como todos sabemos a los chinos es fáciles tomarles el pelo, y éstos se habían creído la propaganda difundida durante años por el gobierno vietnamita proamericano que presentaba a los comunistas del norte como monstruos. ¡Qué ingenuos! Y por cieto, hay que ver lo que manipulan los yankis. ¡Mira tú que convencer a la gente de que tienen motivos para temer a un gobierno comunista! ¡Cómo si hubiese algún caso de régimen comunista genocida!

No se vayan todavía que aún hubo más. El paralelismo con Irak no se les podía escapar: los muertos a manos de la resistencia, las mentiras de los presidentes (ha comparado el Watergate con el último informe sobre las armas de destrucción masiva), las dudas sobre la conveniencia de la intervención o la cándida ingenuidad de esos muchachos mutilados que no se explican por qué son atacados por los iraquíes cuando ellos defienden la libertad igual que sus padres luchaban contra el comunismo. ¡Qué candidez! Toda una demostración de la inferioridad intelectual de los americanos. Demostración, por otra parte, innecesaria porque los alumnos LOGSe saben perfectamente que con contar las neuronas de unos y otros es suficiente.

Termina el ejercicio periodístico mentando a Wolfowitz, el estratega de la guerra, recién condecorado por Rumsfeld ahora que se va al Banco Mundial (y la derecha aquí quejándose de la medalla de Bono) y con unas declaraciones de aquél en las que dice ir a trabajar por los más pobres.

Este último anuncio sirvió al redactor echar un capote a la tiranía castrista al elaborar un silogismo que demostraría que Wolfowitz miente, pues Cuba es uno de los países más pobres del planeta, pero nadie se cree que vaya a ser ayudado por el banco Mundial bajo la dirección de Wolfowitz.

Y, por fin, a eso de las 14,43’ han dedicado un par de minutos a las gracietas antiamericanas de Chavez y Castro y ya está, que no es poco.

No sé si lo que se ve en esta página reproduce la noticia que hoy he visto y oído en la tele (la conexión cutre que me he agenciado mientras me llega el ADSL no da para tanto), pero si lo es y alguien se decide a verlo, que se agarre antes las tripas.

jueves, abril 28, 2005

A (re)vueltas con el matrimonio homosexual

Definitivamente, Pablo Celán ha sido muy generoso conmigo (aquí) al decir que una nota mía (ésta) era inteligente: después de leer su artículo juzgo mis notas como algo provisional e incluso un poco precipitado. Podría ahora limitarme a decir que suscribo íntegramente su post y ya está. Pero tras bucear en sus argumentos, por orgullo propio intelectual y por el placer de continuar el debate, he conseguido hilar algo que pudiera tener cierto sentido y que ahora presento.

En primer lugar, me exculpo y me disculpo por diversos motivos:

  1. No recuerdo hacer afirmado que el Estado tuviese “legitimidad” para regular el matrimonio. Que tiene poder para hacerlo es indudable, pero lo de la legitimidad es una cuestión bien distinta del poder o de la legitimidad legal o legalidad. Que legalmente puede es claro: si la constitución lo permite pues sin problemas y si no lo permite se podría cambiar la constitución y sin problemas de nuevo. Pero eso tiene que ver poco con la legitimidad genuina y mi opinión sobre este asunto, que creo coincidiría con la de Pablo, es que el matrimonio es una intromisión en asuntos que debieran corresponder exclusivamente a los individuos. El proceso es simple: el Estado necesita justificarse a sí mismo dándose contenido y haciéndose presente en la vida de los individuos, por eso aspira a condicionar sus acuerdos y decisiones y se arroga el poder de otorgar certificados para que los individuos obtengan ciertos estatus o ciertos privilegios a los que no podrían acceder de otro modo. (Probablemente lo mismo hizo en su momento la Iglesia, pero con matices, por lo que sobre esto volveré más adelante).
  2. Reconozco que el símil de la pluma/pisapapeles no es muy acertado; parece un exceso. Era consciente cuando lo escribía, si bien opté por dejarlo así buscando claridad y algo de efecto. No contaba con tener lectores tan incisivos como Pablo y de haberlo sabido me hubiera expresado mejor. Atentos ahora que me estoy retractando: no creo que la regulación del matrimonio homosexual tense tanto la institución como para provocar su quiebra, es decir, que no creo que sea siempre cierto que autorizar el matrimonio homosexual sea como obligar a utilizar plumas como pisapapeles. Y digo “siempre” porque admito que para aquellos que creen en que sólo hay un matrimonio auténtico y que éste es un sacramento o algo similar, sí que pudiera serlo; ellos se deben de sentir como quien es obligado a usar espuma de afeitar para pegar ladrillos. Yo la verdad es que no, porque éste es un asunto de fe y la perdí hace demasiado tiempo. Pero el respeto hacia los otros todavía no y espero no perderlo. (En esto pasa como en lo de las banderas: me solidarizo con quien se limita a colgar en su balcón una bandera que no me gusta y rechazo a quien pretende dictar lo que debe ondear en los balcones de nuestras casas por mucho que me guste su bandera) .No obstante, esta disparidad de concepciones sociales de lo que sea el matrimonio me parece relevante, es más, diré: brutamente relevante. Pero eso lo aclararé también más adelante.
  3. Para ser acertado el símil de la pluma y el pisapapeles, como Pablo nota bien, yo debería de haber dejado bien claro cuál es la esencia de la institución matrimonial, el hecho bruto sobre el que se basa o su naturaleza última. No lo hice. Lo dije entonces. Pero es que tampoco me atrevo a hacerlo ahora. Y más después de leer algo sobre el tema y ver que ni los antropólogos se aclaran al respecto. Ahora bien, hay algo que sí tengo claro: una cosa sería preguntarse por el hecho bruto o función originaria absoluta del matrimonio así a pelo y otra preguntarse hoy por la función originaria del matrimonio. La primera pregunta presupone que podemos salir de nuestro propio tiempo y casi de nuestra mente pues seríamos capaces de trascender los límites que la cultura ha dejado grabados en nuestro entendimiento. La segunda no. Se me hace difícil aceptar que la institución matrimonial hoy esté directamente relacionada con una sociedad pasada en la que los hombres vivían dominados por las féminas hasta que un día las mataron a todas, salvo a las niñas a las engañaron y a las que impusieron el yugo del sometimiento matrimonial y así hasta nuestros días con nítida continuidad. No descarto que un extraterrestre, inmortal y paciente observador de nuestra especie, sepa que el matrimonio es precisamente eso: el modo de perpetuar los efectos del genocidio constitutivo de las sociedades machistas. Pero no admito para mí que el origen del matrimonio hoy sea ese. Tiendo a pensar que más bien sería otra cosa, que yo, humildemente, relacionaría con la descendencia y/o con la propiedad: que la función del matrimonio sea asegurar protección y educación de la prole, me parece concebible hoy; que pretenda asegurar la certidumbre de la paternidad también; que el hombre que ya se siente propietario de algo desee trasladarlo a los que portan parte de su material genético también y que el matrimonio sea una forma de asegurar protección durante la gestación, el parto y el periodo de crianza vinculando un hombre a cada mujer también es pensable (un vínculo este del amor que, por otra parte, originariamente parece que poco tenía que ver con el amor al que Pablo se refiere en su artículo: si alguien recuerda Yo Claudio estará de acuerdo conmigo en que el amor era bastante irrelevante a la hora de casarse; algo más cerca que Roma está la zona de la que es oriunda la familia de mi madre, una zona rural en las estribaciones de Sierra Nevada, minifundista y repoblada hace siglos por gallegos, de los que me queda el apellido, y en la que es importante casarse o recuerdo que lo era, con quien tuviese casi la misma extensión de tierra o más que uno mismo. Pero, de nuevo, dejemos esto del poder del amor también para más adelante). Reitero que a ciencia cierta no se cuál de las versiones sobre el origen del matrimonio que he comentado al principio de este punto da la clave sobre su esencia, pero la primera historia, la del genocidio, ni la concibo. En suma, tiendo a admitir como marco para mi discurso lo que mi mente, limitada como es ella, es capaz pensar como concebible y aunque admito la posibilidad de error en esas cuestiones ultimísimas, hoy por hoy no llego ni a concebirla. Sí que me reitero, por tanto, en una idea: en su origen el matrimonio no fue un certificado que capacitaba a disfrutar de ciertos derechos frente, en o a través del ni a obtener prestaciones del Estado de las que no se disfrutaría de otro modo.

Aclarado todo eso, o al menos eso espero, paso ahora a matizar alguna de las afirmaciones de Pablo aunque insito en que bien podría asumirlas sin quiebra de mi integridad moral.

Con la intención de reconstruir efectistamente su argumentación diré que Pablo afirma que dado que no podemos encontrar la esencia bruta del matrimonio, el grado de flexibilidad de esta institución aumenta casi infinitamente; olvidado de modo definitivo el origen último (o primero, según se mire) del matrimonio, hoy es algo así una institución puramente institucional, es decir, algo a completamente disposición de cualquiera con poder para regularlo. Esto es una reconstrucción un poco burda de una afirmación de Pablo según la cual el matrimonio de hecho ha devenido un medio para obtener ciertos derechos y prestaciones del Estado (“el problema es que de hecho ha devenido tal cosa, entre otras” afirma) combinada con las requisitorias que me dirige advirtiendo que mi argumentación se derrumba si no muestro cuál es la esencia del matrimonio.

Andaré casi de pasada (por no tener pensado el tema) sobre la siguiente cuestión: una institución puede montarse sobre otra y no directa y necesariamente sobre un hecho bruto (hierro y madera/una hoz y un martillo/el símbolo del comunismo), lo que permitiría limitar o explicar una institución en función de otra matriz sin necesidad de remontarse al hecho bruto. Es evidente que el motivo por el que la hoz y el martillo son símbolos del comunismo no está en el hierro o la madera sino en que son herramientas asociadas al trabajo manual porque un Rolls Royce con detalles de caoba en el salpicadero también es hierro y madera en términos brutos, pero nadie lo imagina sobre una bandera roja en la plaza del pueblo. Lo que explica y limita la flexibilidad del hecho institucional “símbolo del comunismo” es un hecho social (las herramientas) y no un hecho bruto. De ese modo, el matrimonio civil podría verse condicionado por otros estadios previos o concepciones de la institución sin necesidad de remontarse a sus fuentes brutas últimas.

Vuelvo inmediatamente al núcleo de la que creo crítica de Pablo: es verdad que hoy el matrimonio es, también, un expediente para obtener prestaciones o para acceder a un estatus jurídico diferenciado. Pero si es así es porque el Estado lo ha diseñado de ese modo y no como consecuencia de un lento y espontáneo proceso de evolución social. (Esto probablemente también vale para la Iglesia, con un matiz: una cosa es que la Iglesia tenga algo (el sacramento) y que exija a quien lo quiera que se postre ante el altar y otra muy distinta es que el Estado se haya apropiado de acuerdos y derechos que antes nos pertenecían y que diga ahora que si los queremos tenemos que postrarnos ante “Él”).

Ahí reside y creo que residía, aunque de un modo confuso, mi objeción a la propuesta de hacer legalmente posible el matrimonio entre personas del mismo sexo. No recuerdo haber afirmado claramente que la aprobación de la reforma del Código Civil tensara la institución o la cohesión social hasta el punto de quebrarla (aunque el símil de la pluma pudo sugerirlo), pues mi preocupación básica era más bien otra que quizás no se seguía de mis presupuestos aunque pienso que estaba condensada en las palabras finales de mi comentario: ingeniería social e ingeniería mental o, para entendernos, poder.

Además de la pregunta por la función originaria del matrimonio que no dejaba de ser estratégica (por eso sólo la respondí en negativo y dije la que no era), había otra pregunta que quizás quedó demasiado implícita en mi texto: me refiero a la pregunta por la función de la regulación estatal del matrimonio. Esa función, a mi juicio está clara: poder. Se trata de hacer ostentación del propio poder de configuración de la sociedad, de llevar el monopolio del dominio y la violencia hasta sus últimas consecuencias. Para ello primero se desplazó el peso de la institución desde lo sacro a lo jurídico; de sus orígenes, sean cuales fuesen, al certificado y a la prestación; ahora sólo se va un poco más allá y el concepto jurídico de matrimonio se autodetermina definitivamente.

En todo caso, lo importante es que al final queda claro quien manda aquí.

Lo explicaré de otro modo. Supóngase que tenemos dos opciones:

(A) Lograr unos fines (otorgar las mismas prestaciones a todos) y, al tiempo, respetar una tradición, no ofender los sentimientos morales de ciertos individuos y no alterar los dogmas de ciertas confesiones religiosas.

(B) Lograr unos fines (otorgar las mismas prestaciones a todos) y, al tiempo, destrozar una tradición, ofender los sentimientos morales de ciertos individuos y alterar los dogmas de ciertas confesiones religiosas.

La elección entre A y B no se explica por la necesidad de extender las prestaciones a las parejas de homosexuales. Este objetivo se logra en ambas.

Que la superación de la asimetría económica entre hombre y mujer y de la necesidad de la descendencia haya dejado como único hecho constitutivo del matrimonio al hecho romántico (hecho fundacional este, ya dije, muy reciente) tampoco. Pregunta Pablo “¿qué nos puede hacer pensar que una relación romántica entre dos hombres y dos mujeres no puede ser parangonable a la que exista entre un varón y una mujer?”. No puedo estar más de acuerdo con él en la respuesta que contiene esa pregunta. Pero nuevamente de ahí no se sigue la necesidad de extender el matrimonio a las uniones afectivas entre homosexuales. En todo case se seguiría la necesidad de extender la validación pública y jurídica de los afectos a los homosexuales, algo a lo que Pablo se opone.

Ojo que me he pasado de listo: si el matrimonio es sólo la validación de los afectos y los homosexuales merecen que se validen sus afectos, entonces el matrimonio debe extenderse a los homosexuales.

Claro, fallaba una premisa que es la que me lleva a cuestionar la afirmación de Pablo de que el matrimonio es flexible porque hoy es sólo la validación de los afectos: opino que el matrimonio es flexible quizás no tanto porque quizás sea algo además de eso, aunque no lo sea para mí, ateo como soy y soltero como estoy. Sostengo que desprovisto de la asimetría económica y de inevitabilidad de la descendencia, apareció el afecto para casi todos y queda lo sagrado para muchos, entre los que, de nuevo reitero, no me hallo.

Luego la extensión legal es algo más que el reconocimiento jurídico de un hecho socialmente decantado. La regulación que se propone sí que implica una redefinición (en este caso restrictiva) de la institución (“no es algo sagrado; es sólo amor y como homosexuales también aman, pues…”). La redefinición implica que se tiene o se pretende el poder de definir las palabras incluso al margen de cualquier otra consideración. Eso era lo que me preocupaba en mi artículo.

(Ahora permitidme que me ponga un poco literario y algo apocalíptico, porque los argumentos sustanciales ya han sido presentados).

Si se emprende un camino para terminar en un lugar al que se podría llegar por otra vía, es por algo; quizás porque se pretenda desmontar una tradición para demostrar que la voluntad de alguien manda sobre la sociedad que la ha generado. También si se pretende hacerlo en un sentido contrario a los sentimientos religiosos de los miembros de diversas confesiones religiosas, es por algún motivo. Quizás para demostrar un poder mayor que el de ciertas religiones institucionalizadas, las cuales, una vez ya se replegaron a lo espiritual dejando las cuestiones terrenales en manos de otros. Los mismos que hoy, monopolizado lo terrenal y sumiso y cautivo el individuo, pretenden ir un poco más allá, apropiándose de instituciones y símbolos que son de otros, para así plantar una pica en el reino indómito de las conciencias. Y si estamos de acuerdo en que el poder tanto mejor cuanto más dividido y admitimos que hoy alguien pretende, como otrora, gobernar aquí y en la conciencia, pues que cada cual saque sus propias conclusiones. De momento no hay que pedir un certificado para hacerlo.



martes, abril 26, 2005

A vueltas con el "matrimonio homosexual"

Son muchas las controversias que ha suscitado la propuesta del Gobierno de autorizar matrimonios entre personas del mismo sexo. Entre ellas, por sólo citar dos importantes, se encuentran la posibilidad de lograr ciertos objetivos políticos sin ofender los sentimientos religiosos de un importante sector de la población o el significado exacto de la mención al “hombre y la mujer” de la Constitución española.
Sin embargo, hay otra cuestión sobre la que quiero llamar la atención y que está en relación con la función última u originaria del matrimonio y con el alcance de la capacidad del Estado legislador para diseñar los perfiles de tal institución.
Antes de entrar en materia diré, aunque debería estar de más hacerlo, que no tengo absolutamente nada en contra de nadie y que me parece estupendo que todos, con independencia de nuestras inclinaciones o preferencias sexuales, tengamos los mismos derechos y obligaciones ante el Estado. Desde ese punto de vista, me parece genial que, por ejemplo, dos homosexuales puedan constituir una comunidad de bienes o que un homosexual pueda dejar sus bienes a su pareja o que ésta pueda subrogarse en el contrato de alquiler de su compañero fallecido.
Dicho lo cual, entraré directamente en el tema que quiero comentar presentando las tesis que quiero rebatir. Para exponerlas me valdré de la argumentación que sostendría un oponente imaginario que afirmara lo siguiente: “Entiendo que haya quienes puedan sentirse molestos por la regulación del matrimonio homosexual, pero quienes se ofenden han de tener en cuenta que lo que el Estado regula es el matrimonio civil y no el matrimonio religioso que no se ve afectado por la regulación del gobierno. Dicho de otro modo, la palabra ‘matrimonio’ designa a diversos a diversos conceptos de matrimonio. Los creyentes no tienen motivos para inquietarse porque el concepto que ahora se modifica es el del matrimonio-jurídico, pero no el del matrimonio-religioso, matrimonio-sacramento o matrimonio-antropológico que quedan incólumes y no se ven afectados por la regulación estatal. Tampoco tienen motivo para quejarse porque en todo caso la competencia del Estado legislador sobre el concepto jurídico de matrimonio es absoluta”.
Pues bien, esa es precisamente la postura que me gustaría cuestionar porque pretendo demostrar que la capacidad del Estado para definir los conceptos, incluso los conceptos jurídicos, es limitada.
Para hacerlo me valdré de un importante apoyo teórico, el que ofrece John Searle, autor de libros como Actos de habla o La construcción de la realidad social. Entre otras muchas cuestiones, en estas obras Searle distingue entre hechos brutos y hechos institucionales que son las nociones que me interesan.
Los hechos brutos son reducibles a meras partículas en campos de fuerza y existirían en el mundo con independencia incluso de nuestra existencia misma. Una piedra, por ejemplo, es un hecho bruto: es un compuesto de partículas y existe en el mundo de modo objetivo, al margen de nuestra propia percepción.
Un hecho institucional –y el matrimonio es un hecho de esta clase- es algo un poco más complejo. Para comprender qué son los hechos institucionales hay que tener en cuenta que los individuos acostumbran a asignar ciertas funciones a ciertos hechos brutos. Por ejemplo, una piedra puede convertirse en un pisapapeles si se emplea para evitar que objetos livianos sean desplazados por las corrientes de aire. Nuestra mente, asignando una función a un hecho bruto, ha creado algo que no existía hasta ese momento: ha creado los pisapapeles. Los pisapapeles son hechos institucionales, si bien muy simples pues hay otros más complejos, como por ejemplo, los juegos, el dinero, el derecho, el lenguaje, el matrimonio, etc.
Pero volvamos al pisapapeles. Es evidente que nuestro pisapapeles en ningún momento ha dejado de ser una piedra. Y también convendréis conmigo que no tiene mucho sentido asignar ciertas funciones a ciertos hechos brutos poco hábiles para cumplir la función asignada. Por ejemplo, no tendría mucho sentido utilizar como pisapapeles una pluma de ave.
Estas dos últimas afirmaciones pueden parecer perogrulladas pero demuestran, a mi juicio, que la asignación de funciones sociales a hechos brutos no borra la naturaleza última de tales hechos y, en segundo lugar, que la asignación de funciones a hechos brutos no es arbitraria.
Intentaré demostrar esa afirmación con un hecho algo más complejo que un pisapapeles: el dinero.
No seré yo quien explique el origen de la institución (mejor aquí), pero simplificando mucho lo que de otros he aprendido, diré que en su origen el dinero nace como un bien que facilita el intercambio de bienes y servicios y de ese modo la satisfacción de los deseos de los individuos; que durante un largo periodo histórico el soporte físico utilizado para ese fin fueron los metales preciosos; y que hoy, tras la nacionalización del dinero, ha desaparecido ese respaldo y nos conformamos con algo (papel o grabaciones magnéticas) que carece en sí de valor, pero que sigue cumpliendo la función en otro momento tuvieron los bienes o los metales preciosos.
Llegado a este punto algún lector podría asombrarse y recriminarme en los siguientes términos: “pretendías demostrar que el Estado no puede disponer completamente del matrimonio y has mostrado que dispone completamente del dinero. Pues si es una analogía, menuda demostración”.
Pido un poco de paciencia y una lectura un poco atenta de lo que he dicho: he afirmado que el Estado ha nacionalizado el dinero y que seguimos empleándolo y asignándole la función que lo originó, pero no he afirmado que seguiríamos haciéndolo si el Estado dispusiese del dinero hasta el punto de que privarlo de todo valor.
¿Qué ocurriría si el Estado vilipendiase tanto el valor del dinero, emitiendo enormes cantidades de papel moneda y generando un proceso hiperinflacionista excepcional tal que el valor de la moneda fuese exactamente el del valor de uso de los materiales de que están hechos los billetes o las monedas? Ocurrirá simplemente que los individuos usarán los billetes de banco para prender fuego y calentarse en el invierno y los metales de las monedas para fabricar clavos. Quizás ocurriese además que los individuos comenzarían a emplear otros objetos como medio de cambio. Algo así, nos cuenta Searle, ocurrió en los últimos años de gobierno comunista en lo que hoy es Rusia: los individuos comenzaron a emplear los cigarrillos como dinero e incluso aquellos que no fumaban aceptaban tabaco a cambio de sus productos, pues sabían que otros aceptarían esos cigarrillos a cambio de los productos que ellos mismos necesitaban.
Esto vendría a demostrar que el poder de disposición de una autoridad sobre una institución no es absoluto. La capacidad de distorsionar lo que sea el dinero por parte del Estado tiene un límite: si lo que el Estado define como dinero pierde a nuestros ojos todo su valor, entonces deja de útil para cumplir la función para la que fue creado y se desvanece como hecho institucional recuperando su naturaleza bruta. Deja de ser dinero y vuelve a ser papel o metal.
Algo similar ocurriría si alguien pretendiera convencernos de que empleemos plumas como pisapapeles o si la Real Academia de la Lengua Española, que define qué es el idioma español, variase aleatoriamente el significado todas de las palabras del diccionario, es decir, que cambiase todos los significados de todas las palabras entre sí. Entonces dejaríamos de usar “su” lengua y seguiríamos utilizando “la nuestra”.
Pues bien ahora volvamos al matrimonio.
No sé a ciencia cierta cual fue su origen primero del matrimonio, pero desde luego sé cuál NO fue. El matrimonio NO fue concebido como un requisito para definir nuestros derechos y deberes ante el Estado ni tampoco como un medio para acceder a ciertas prestaciones sociales. Y eso es precisamente lo que tienen en mente quienes afirman que “se debe reconocer a los homosexuales el derecho a contraer matrimonio porque todos debemos tener los mismos derechos”. Se presupone que el matrimonio es apenas un requisito para acceder a ciertas prestaciones sociales y se desprecian todas las demás facetas que subyacen a la institución matrimonial y que son las que explican por qué el derecho, en un momento determinado, comienza a regularlo y a protegerlo. Da igual lo que el matrimonio fuese antaño o lo que sea desde otros puntos de vista distintos al jurídico, porque mediante el derecho, inspirado en los valores de unos pocos, se redefine, se configura o se diseña a voluntad de quien del derecho dispone.
Si se quiere, por expresarlo en términos conceptuales, se define el concepto jurídico de matrimonio de un modo aislado, solipsista, como si no tuviera relación alguna con otros fenómenos sociales ni con su propia tradición ni con la función originaria (probablemente proteger a la descendencia) que movió a los hombres de hace milenios a proteger y estabilizar jurídicamente ciertas formas de convivencia entre personas hábiles para tener descendencia. Como si el derecho, en lugar de ser una institución social, en lugar de regular acciones e instituciones sociales, las definiese, las crease de la nada y aún más, suplantase a cualquier otro concepto aunque fuese distinto y más antiguo.
Insisto en la comparación con el pisapapeles: que alguien intente convencernos de que el matrimonio es lo que el Estado dice que es, al margen de cualquier otra consideración, es como si alguien pretendiera convencernos de que las plumas de ave son buenos pisapapeles si el Estado así lo afirma.
Y concluyo: afirmar a estas alturas que los políticos utilizan el derecho para dar rienda suelta a su afición por la planificación y la ingeniera social sería una conclusión pobre para este post. Afirmar que algunos políticos pretenden emplear el derecho para alterar los esquemas conceptuales a partir de los que percibimos y definimos lo real y que, por tanto, nos sirven también para definirnos a nosotros ante nosotros mismos, es algo más grave: supone afirmar que ciertos políticos se han medido a ingenieros mentales.

jueves, abril 21, 2005

Banderas tiranas

En un balcón de una céntrica calle de Granada ondea desde hace tiempo una bandera rojigualda cuyo escudo no es el constitucional sino el oficial durante el franquismo. Sin embargo, pese a ser un domicilio particular, al parecer la Subdelegación del Gobierno va a denunciar al propietario del piso y a reclamar la retirada de la bandera por ser inconstitucional (aquí).
Esta mañana cuando entraba a la Facultad de Ciencias Políticas vi a unos bedeles ayudando a unos estudiantes a colocar una enorme bandera republicana en el hall de entrada.
Ni que decir tiene que en la Facultad hay abundantes banderas con estrellas rojas y hoces y martillos.
Pregunto: ¿son todas ellas inconstitucionales?
Si es así ¿por qué no se retiran?
¿No puedo poner en mi balcón la bandera que me de la gana?
¿La Constitución y el Gobierno amparan mi libertad de expresión y de conciencia o definen los límites de lo que es legítimo pensar y expresar?

miércoles, abril 13, 2005

Tras la virtud (II)

Los primeros capítulos de Tras la justicia (cito por la edición bolsillo de Crítica, Barcelona, 2004) están dedicados a diagnosticar la situación actual del debate moral.

El panorama, tal y como la describe MacIntyre, es un tanto inquietante: el discurso moral de hoy no sólo estaría afectado por graves desacuerdos, aparentemente irreductibles, además su lenguaje y sus conceptos se nos mostrarían fraccionarios, dispersos y carentes de sentido global a consecuencia de la pérdida de alguna forma de unidad y sistematicidad que pudo caracterizar en otro momento al discurso moral; como si en un momento dado hubiera desaparecido la filosofía moral y, años después, se hubiera pretendido su rehabilitación a partir de meros recuerdos fragmentarios y de relatos o fuentes escritas dispersas y parcialmente destruidos (pp.14-15).

Efecto y a la vez signo de esa situación sería el predominio del emotivismo en la filosofía moral y, en general, en la cultura actual. El emotivismo es la doctrina según la cual nuestros juicios de valor o proposiciones morales (del tipo “Esto es bueno”) no son nada más que actitudes o sentimientos del tipo de “yo apruebo esto, hazlo tú” o “¡bien por esto!” (p.26). El emotivismo renuncia a encontrar principios morales sólidos porque sencillamente no existen; renuncia a la argumentación racional o al convencimiento y parece preferir la persuasión, la estrategia, la sugestión e incluso la imposición de los propios valores morales.

Este emotivismo, relativista, subjetivista o particularista, estaría vinculado a una clase de sujeto específica: el individuo moderno, moralmente soberano y que ha roto con los límites de la identidad social que le ordenaba a ciertos fines y lo condicionaba moralmente (p.53).

El individuo moderno, a juicio de MacIntyre, una abstracción o un presupuesto ideal o trascendental, pero en absoluto un ser realmente existente. El individuo moderno, además, existiría plenamente al margen de los grupos sociales de los que históricamente forma parte y, prescindiendo de esos grupos, podría ser descrito y analizado.

A diferencia del individuo moderno, serían posibles, de hecho lo habrían sido, otras formas de existencia personal en las que los individuos se identifican a sí mismos y son identificados a través de su pertenencia a una multiplicidad de grupos sociales (desde la familia a la tribu o pueblo), grupos que son su sustancia en el sentido de que definen, en ocasiones, incluso completamente, sus obligaciones y deberes morales.

Frente a este yo-social se yergue el individuo moderno, medida de todas las cosas, y fuente original de cualquier grupo o ente colectivo que sólo existiría con posterioridad a los propios individuos y apenas como un agregado de los mismos.

Pues bien, aquí viene la primera conclusión importante, MacIntyre afirma que este tipo de sujeto está en el origen tanto de la moral individualista y liberal como de la colectivista o socialista y que el debate moral actual se hallaría preso en la tensión, irreductible e irresoluble, entre los valores últimos de la libertad individual y la igualdad material que fundamentan respectivamente las proposiciones morales de las éticas liberal y socialista (p.54).

Reconozco que no sigo muy bien a MacIntyre en este punto. Veo claro que el individuo moderno, tal y como él lo describe, parece estar en el origen de la moral liberal o del individualismo liberal. De hecho él mismo lo describe de modo expreso.

Sin embargo, su afirmación de que el individuo moderno también está en el origen de la moral socialista y del colectivismo está, aparentemente, desprovista de justificación.

La que se me ocurre, y que presento aquí ahora es la siguiente: igual que la moral liberal presupone un individuo unitario, abstracto y universal, la moral socialista se construye a partir de una definición, igualmente unitaria, abstracta y universal, como mínimo, de las necesidades básicas de los individuos (cuando no de sus preferencias más nimias), lo que daría pié a la planificación y la reglamentación de las conductas.

Sea como fuere la asimilación entre ambas manifestaciones de la ética me parece un tanto débil pues no es lo mismo afirmar que todos son iguales en el sentido de que cada uno tiene derecho a definir su propio plan de vida o sus necesidades y preferencias a afirmar que se tiene una definición universal de las necesidades de cada cual (socialismo) o del plan de vida que a cada uno conviene (paternalismo).

No obstante, demos por buena la conclusión de MacIntyre, y admitamos que el debate moral se haya hoy preso en el debate entre libertad e igualdad material (en eso podemos estar fácilmente de acuerdo y si no pensemos en lo que subyace a la famosa frase de Hayek que figura en la portada de liberalismo.org) y convengamos también (esto ya no me parece tan obvio) que ambos planteamientos parten de al menos un presupuesto similar: el de un individuo abstracto, casi fantasmal, cuyos derechos más valiosos (la libertad) o cuyas necesidades básicas son definidibles y definidas con carácter general y al margen de las circunstancias sociales o históricas en las que viven los individuos.

No hay que ser muy lince para intuir que MacIntyre pretenderá superar ese debate aparentemente irreductible que atenaza hoy al debate moral. Pero eso supongo ocurrirá un poco más adelante.

martes, abril 12, 2005

"Tras la virtud" de Alasdair MacIntyre (I)

Hace tiempo que diversos amigos, a los que tengo por personas más que juiciosas, vienen recomendándome la lectura de Tras la virtud de Alardair MacIntyre. Reconozco que me picaba la curiosidad, pero que tenía ciertas reservas, probablemente prejuiciadas, a enfrentarme cara a cara con la obra fundacional del comunitarismo. Me considero individualista y liberal y es conocida la oposición entre liberalismo y comunitarismo. Por estos motivos el comunitarismo no me resulta simpático. Es más, en algún post anterior, advertí que consideraba al comunitarismo un buen puerto de refugio para todo tipo de ideologías liberticidas, desde nacionalismos totalizantes a comunismos en decadencia, nunca suficientemente sepuldados por los cascotes teóricos de un muro nunca suficientemente derribado.

Sin embargo, el pasado viernes, en pleno sopor etílico, me comprometí con mi amigo Alejandro a leer Tras la virtud en el plazo de dos semanas a cambio de que él leyera Camino de servidumbre de Hayek. El lance concluirá, por tanto, en una puesta en común, en algún día soleado y también acompañados de algún aromático caldo, que tendrá lugar en una especie de pedregal del que dispongo y que se supone es, o lo será algún día, el jardín de mi nueva casa.

Mi intención es comentar durante los próximos días la lectura, ofrecer periódicamente mis conclusiones y también dejarme aconsejar y guiar por todos aquellos que conozcáis la obra o que tengáis opinión al respecto. Ni que decir tiene que es para mí un auténtico privilegio contar con un público como el que por aquí pulula y que espero, aunque sea una parte, siga con cierto interés esta ciberlectura pública. Creo que la experiencia puede ser interesante.

Desde luego, el prefacio de la obra, del que es autora Victoria Camps, lo es.

Vitoria Camps presenta a MacIntyre como un filósofo moral que rechaza fundamentar la reflexión ética en modelos de virtud propios de un tipo unitario y universal de persona: el individuo moderno. Frente al individualismo liberal y sus máximas universales, MacIntyre propondrá una ética basada en costumbres y maneras de ser que son inseparables de las circunstancias en que existen. No parece posible partir de un individuo aislado para construir principios éticos y modelos de virtud sólidos. Es más, construir un modelo tal de individuo es una tarea inútil, pues son las comunidades las que configuran nuevos modelos de persona que nos permiten hablar de virtudes éticas.Por lo tanto, habría que pensar en esas nuevas comunidades desde las que sea posible definir a un individuo no como un ser libre para construir su vida, sino en un ser enraizado en un contexto que le otorga sentido a su vida, no como proyecto individual, sino como vida en común con los otros.

Los individuos no son nada a priori, sino un resultado o función de la comunidad en la que existe que es constitutiva y previa respecto del ser de cada uno de sus miembros.

La “provocación” sigue, pues el propio MacIntyre, en el prólogo, considera válida la crítica marxista al individualismo liberal y rechaza reconstruir el discurso moral sobre las bases teóricas y conceptuales previas al marxismo, esto es, presuponiendo universalmente un individuo egoista que opera como fuente de toda norma ética.

Es evidente que las coordenadas descritas no son las mejores para el desarrollo de éticas individualistas y no digamos ya éticas crusonianas como, por ejemplo, la de ética de la libertad de Rothbard.

Después de lo dicho no queda sino aceptar el lance de Alejandro y, por su mediación, del propio MacIntyre y proseguir con la lectura.

Bestiario mariantonino

No hay enemigo pequeño: la inefable María Antonio Trujillo aún tiene un as en la manga. Si 20 o 30 metros parecen pocos a los ambiciosos españoles sólo preocupados por la propiedad y por el tamaño de su vivienda, ella nos proveerá de viviendas con más metros. La solución es simple: los metros serán más pequenos, probablemente de unos 80 centímetros. A una casa así se le ponen cuatro ruedas y por el mismo precio el Ministerio de la Vivienda ofrecerá soluciones habitacionales y trasportacionales.
De cundir el ejemplo, sería una buena forma de acabar con el sobrepeso de parte de la población: a partir de la voz de "Ya" de la Ministra de Sanidad, los kilos pasarán a tener 1400 gramos. Ala, de pronto, sin gimnasios ni dietas milagro, todos habremos adelgazado y obtenido el peso ideal.
Y pagar sueldos por eso...

sábado, abril 09, 2005

Comunismo y nazismo

Pido perdón si alguien había dado cuenta antes de este libro y esta reseña, (como comenté, estoy esperando el dichoso kit de conexión a Internet y no estoy muy al día) pero me han parecido muy interesantes. Para muestra un par de botones:

"un régimen que destruye sistemáticamente vidas humanas a vasta escala no puede ser un buen régimen"
"el antifascismo contemporáneo constituye, ante todo, una expresión de la pereza intelectual, pues siempre resulta más fácil identificar los males del pasado que darse cuenta de los del presente."

Una buena ocasión, también, para recomendar La Gran Mascarada de J.F. Revel.

Paridad en el hogar

Pues aunque Emilio Alonso ya tiene ADSL, yo todavía no y eso explica el descuido de mi blog. Desde hace más de un mes, apenas puedo actualizarlo y, cuando lo hago, lo hecho no resulta ser muy actual porque reflejo la noticia que más impacto me ha causado en los últimos días.

Y hoy toca una de ayer: Chaves propone incluir la paridad de las tareas domésticas en el Estatuto andaluz.

Cuando la tentación totalitaria (gracias Revel) es fuerte, y es el caso, uno puede esperar lo peor. La medida se descalifica por sí misma, aunque tengo mis dudas sobre ese particular, pues ayer mismo veía como algunas compañeras y también compañeros en mi trabajo, festejaban el anuncio y auguraban una pronta llegada a la tierra prometida de la igualdad absoluta de todos.

A mí propuestas como ésta me ponen los pelos como escarpias y, por desgracia, los motivos no son pocos:

- Nuestros gobernantes se permiten legislar sobre nuestra vida familiar y privada.

- Lo hacen con la anuencia de la mayor parte de la población que, de filosofía quizás sepa poco, pero que ha asumido, y de qué manera, aquello de que homo homini lupus, motivo por el que está dispuesta a arrojarse a los brazos y a las fauces del primer tiranuelo iluminado que les dice que les gobernará como se merecen.

No conviene olvidar tampoco que las normas están para cumplirlas. De modo que lo que no será, en principio, más que una proclamación estatutaria, sin demasiadas garantías específicas, dará lugar a toda una batería de reglamentos y decretos que regularán, por ejemplo, el Servicio Andaluz de Inspección de la Paridad en las Tareas del Hogar, las Tablas Reglamentarias de Equivalencias de las Tareas Domésticas para el Ejercicio 2009/2010 según las que, por ejemplo, un cambio de pañales equivaldrá a dos lavadoras o al planchado de una camisa. También se regularán los Libros de Registro de las Obligaciones Familiares, oficiales y visados por la Consejería para la Igualdad, que deberán custodiar los cónyuges y en los que tendrán que hacer constar las Tareas Domésticas Devengadas, las Devengadas y Asumidas, las pendientes de Compensación de ejercicios anteriores, las pendientes de Ejercicios Familiares Anteriores y las no susceptibles de Compensación por Ejecución en el Extranjero.
Teniendo en cuenta además que Andalucía camina con paso firme hacia su Segunda Modernización (por cierto la página lleva meses en construccion), podemos también empezar a pesar en el Servicio Integral de Televigilancia para el Cumplimiento Paritario de las Obligaciones Familiares: unas discretas webcams conectadas a la red y situadas en las distintas habitaciones de la casa de cada andaluz y/o andaluza que garantizarían la más alta eficacia de la norma.
Gracias Chaves, gracias por ser tan progre.