sábado, noviembre 26, 2016

Ha muerto un dictador sanguinario

Como la Comisaria europea de Comercio, Cecilia Malmström, llevo toda la tarde extrañado por las palabras de afecto y los homenajes que se le vienen tributando a Fidel Castro.
Soy consciente de que fue un expresidente de Cuba y de que las instituciones de gobierno no deben ser hirientes y han de guardar el apropiado respeto diplomático e institucional.
Sin embargo, no recuerdo palabras tan cálidas cuando falleció Pinochet, también expresidente, también dictador y bajo cuyo gobierno también se cometieron terribles crímenes. ¡Me habrían horrorizado!
No vamos a entrar en una guerra de cifras y fuentes, aunque hay muchas que apuntan a un número mayor de víctimas de Castro que de Pinochet. De hecho no he encontrado nada en sentido contrario.
Podríamos declarar tablas y dejarlo en tres o cuatro mil por gorra y hacer como dicen que hizo Roosevelt cuando Stalin sugirió ejecutar a 50.000 oficiales alemanes al término de la Segunda Guerra Mundial. Roosevelt, al parecer, propuso dejarlo en 49.000 para evitar que Churchill –que había dicho “preferiría que me llevaran ahora mismo al jardín de mi casa y me fusilaran antes que tolerar semejante infamia”–  se levantara de la mesa de la Conferencia de Teherán.
Lo que me sorprende, en cualquier caso, es cómo abundan quienes consideran que un dictador así, que un dictador como Castro, es un referente personal de sus valores ideológicos. Cuando eso ocurre, no hay ni claros ni oscuros: lo único que ocurre es que uno tiene un problema con sus referentes personales, con sus valores ideológicos o, lo que es más probable, con ambos.

Al margen, me recuerda también aquello sobre lo que teorizó Kolnai cuando subrayó que esa “contradicción” no obedece a un defecto personal de nadie ni es un signo de ingenuidad o candidez, sino que es uno de los rasgos definitorios más profundos y perversos del pensamiento utópico: el pensamiento utópico es intrínsecamente contradictorio no solo en el obvio sentido de que considera posible realizar lo imposible. También lo es porque ve libertadores en los tiranos, identifica opresión con libertad, sumisión con igualdad, miseria con prosperidad, miedo con seguridad, etcétera. Alguien que piensa así y que se pone y propone objetivos imposibles y corrompidos, concluye Kolnai, se corrompe también a sí mismo y a los demás porque destruye la relación natural que existe entre valores y propósitos de un lado y del otro la acción humana y política.

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