Hace ya unos meses anuncié que dedicaría unos post al comunitarismo y, en concreto, a la que está considerada como una de sus obras fundacionales: Tras la virtud de Alasdair MacIntyre. Entonces ya advertía que el comunitarismo es radicalmente incompatible con el liberalismo en la medida en que se considere que el individualismo es, de algún modo, un presupuesto necesario del liberalismo.
Después de leer el capítulo que dedica Stephen Holmes a Alasdair MacIntyre en su libro Anatomía del antiliberalismo, no puedo menos que confirmar aquella tesis. Sintetizaré algunas de las ideas de Holmes dedica a MacIntyre.
Holmes comienza atacando el diagnóstico que MacIntyre hace de la situación de la moral en las sociedades liberales. MacIntyre afirma en Tras la virtud que la moral en las sociedades occidentales habría estado incursa en un proceso de continua decadencia desde del mundo griego hasta nuestros días, un proceso acelerado de un modo especial en los últimos siglos por causa del individualismo moderno y del liberalismo. El individualismo habría sido el causante de la destrucción de los vínculos morales entre los miembros de las antiguas comunidades humanas a los que habría sustituido por una constelación de valores irreconciliables e intereses antagónicos. A juicio de MacIntyre, algunas teorías morales y políticas de corte colectivista, como el marxismo, no serían hábiles para restablecer la identidad y la integridad moral perdidas. El motivo es bien simple: asumen como presupuesto el mismo individualismo que está en la base del liberalismo, dicho de otro modo, el marxismo tiene de reprochable su parentesco con el liberalismo (p. 124). MacIntyre reprocha a los liberales que desconocen la noción de comunidad (anterior e independiente al individuo) o de bien común (anterior e independiente de cualquier suma de intereses individuales) y que han sustituido las virtudes morales por el egoísmo y los valores morales por intereses que regatean y disputan.
Holmes reprocha a MacIntyre que no considere todos los rasgos de las sociedades que añora ni tampoco los de las sociedades liberales e individualistas que deplora, sino sólo algunos, interesadamente seleccionados.
Olvida, por ejemplo, que las sociedades liberales fueron las primeras en cuestionar los dogmas y prejuicios y en elevar el desacuerdo público a la categoría de fuerza creativa (p.126). Es cierto que la completa libertad para debatir y cuestionar produce incertidumbre y pluralismo moral, pero éste es un precio muy bajo a pagar si tenemos en cuenta los métodos a través de los que lograr que una sociedad sea moralmente homogénea. En esta misma línea, MacIntyre tampoco considera muchas de las características de las extinguidas sociedades comunitaristas. La cohesión moral pudo existir, efectivamente, en algunas sociedades pretéritas, pero en ningún caso fue fruto de un consenso moral o de la especial habilidad y discernimiento moral de sus miembros, sino efecto de la costumbre en el mejor de los casos y, en el peor, de una autoridad incuestionable que lo sustentaba. Una mención aparte como por ejemplo, la esclavitud, felizmente extinguida, ¡precisamente en las sociedades liberales! Como afirma Holmes, ironizando sobre la adoración que MacIntyre profesa hacia el mundo clásico en contraste con su desprecio a las sociedades liberales, “ni aun los más reaccionarios soñarían hoy con proponer el reestablecimiento de la esclavitud, mientras que a juzgar por las apariencias, ni los más ilustrados de entre los filósofos atenienses soñaron jamás con abolirla” (p.142)
Las tesis de MacIntyre son calificadas por Holmes como filoautoritarias y proobediencia (p.128). El motivo: la afirmación de MacIntyre, realizada frente al universalismo crítico liberal, de que ciertos usos morales merecen reverencia y que su aceptación implica la acepción de la autoridad que a ellos subyace, de la que uno debería aprender obedientemente como hace el aprendiz del maestro.
Efectivamente, MacIntyre añora las sociedades en las que los derechos y las obligaciones de los individuos venían prefijados, establecidos en función de criterios exógenos a los propios sujetos y rechaza que los valores morales puedan identificarse con preferencias subjetivas. Ve con admiración la certidumbre moral que ofrecen estas sociedades, frente a la incertidumbre y la debilidad de los valores morales en las sociedades liberales y secularizadas.
Un último comentario para terminar. No se debe caer en el error de pensar que las tesis comunitaristas afirman una mayor o menor socialidad de los individuos, en el sentido de que tomen nota de su tendencia a agruparse para lograr sus fines o de que postulen una mayor o menor estructuración de la sociedad civil en grupos humanos. El hecho de que formemos parte de una o doce asociaciones no tiene nada que ver con el comunitarismo ni tampoco es éste una teoría que valore positivamente o promueva nuestra integración en cuantos más agregados humanos mejor. Las tesis comunitaristas lo que cuestionan es la idea misma de individuo como agente primero y unidad última del debate y la acción moral; sostienen que las comunidades son previas a los individuos y que éstos son creados y conformados por las comunidades a las que invariablemente pertenecen. Afirman que los deberes y derechos de los individuos están ya definidos en la comunidad en la que estos nacen y que, por lo tanto, son previos a todos los miembros de las comunidades a los que les vienen dados. Los comunitaristas niegan que la reflexión moral pueda construirse a partir de presupuestos individualistas. Los modelos contractualistas, según los cuales, individuos plenamente sabedores de sus intereses y fines convienen valores éticos y de organización política o los modelos basados en derechos naturales según los que los individuos son portadores de una serie de derechos que les corresponden por el mero hecho de existir, no tienen sentido en el pensamiento comunitarista. Para los comunitaristas no hay reflexión ética individual posible, pues es la comunidad la que constituye al individuo, la que lo conforma y condiciona su racionalidad. Los valores relevantes en el debate moral, por lo tanto, no son los individuales o los que yo como individuo priorice, sino los valores establecidos en el grupo humano al que me debo y al que irremisiblemente pertenezco.
En suma, el comunitarismo es un genuino rival del liberalismo. Uno más.
4 comentarios:
Esclavo sumiso y obediente se ofrece a sociedad fuertemente jerarquizada a cambio de comida y techo.
¿Sabe? Sería bueno que leyera "Tras La Virtud" y no sólo la crítica que usted menciona. Leer una crítica sin haber leído la tesis del autor criticado ni sus argumentos usados, sobre todo cuando la crítica es ideologizada, es una mala costumbre, y comunmente sucede, como me doy cuenta en este caso, que usted queda como alguien con poca comprensión de lectura.
Estimado comentarista anónimo, le informo de que he leído "Tras la virtud". Es más, sus cuatro últimos capítulos incluso en dos ocasiones. Es más, aquella lectura dio lugar a dos de post en este blog (Tras la virtu I y Tras la virtud II) y mi intención era continuarlos, aunque lamentablemente no le llevé a cabo.
En cualquier caso, y sin deserecer la aportación de MacIntyre, suscribo y me reafirmo en las tesis de Holmes.
Un saludo
El hecho de que Polancone, después de de muerto, tenga como esclavos a más de diez millones de proletas rojos radicasles, incluso terroristas, que, con un poco de droga, hacen todo lo que le iteresa a su amo puede considerase prototipo de la sociedad liberal no comunitaria. Su principal caracteristica es que votan a cambio de droga para no ver sómo su amo roba a manos llenas en todo Al Andalus.
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