Ni la vida en otro planeta, ni las caras de Bélmez: el mayor enigma que, desde hace muchos años, me atenaza es la estructura mental del progre, un misterio cuyos aspectos últimos se me escapan y cuyos rasgos más íntimos no logro desvelar.
Recientemente, por ejemplo, me he encontrado con dos buenos abordajes teóricos del asunto, desveladores en alguno de sus muchos sentidos, de la estructura psicológica del progre.
Uno de ellos está contenido en “Menos utopía y más libertad” de Juan Antonio Rivera, quien se califica a sí mismo como ex-progre. En la referida introducción, titulada “Cómo dejar de ser un progre”, Marina no sólo nos da cuenta de su trayectoria vital por las arcádicas ínsulas e ínfulas de la progresía, sino que además retrata admirablemente algunos de los estereotipos y rasgos más comunes del actual progre patrio. Este ser se caracterizaría fundamentalmente por su bisoñez, su cautiverio intelectual o su permanente búsqueda de protección, algo que adquiere cuando se siente uno más nadando en una misma dirección en medio de un inmenso banco de peces. Sin embargo, no siempre es cierto que todos los progres moren para siempre en la ingenuidad: algunos, retestinados por su propia progresía, toman pronto conciencia de que sale a cuenta ser progre y que mejor que vivir para las ideas, es vivir de las ideas. Resultan así dos subespecies: los progres limpios que viven en la candidez absoluta y los sucios que se saben internamente renegridos, de ahí que necesiten exhibir impúdicamente sus progresía. Ni que decir tiene que, sin embargo, nada les impide compatibilizar el puño alzado con el coche oficial o una desgastada cazadora de pana con el corte impecable de las chaquetas de Armani o con su preferencia por las coincidencias cromáticas estilo Miró en el cuadro superior.
Al margen de este tipo de descripciones, no por jocosas menos acertadas, es también posible encontrar el rastro de este espécimen y de su estructura mental en alguna que otra fuente bien diversa.
1. Por ejemplo, es sorprendente comprobar como muchas de las afirmaciones que en su día realizara Ortega y Gasset en “La rebelión de las masas” a propósito de la estructura psicológica del hombre-masa son también fácilmente aplicables a los progres. Recordemos que según Ortega, el hombre-masa se caracteriza, en primer lugar, por “la impresión nativa y radical de que la vida es fácil, sobrada, sin limitaciones trágicas”. El hombre-masa cree que la civilización está ahí, que se sostiene por sí misma y que a él le corresponde aprovecharse de todos sus frutos sin comprometerse ni preocuparse por sostener la civilización en la que tan confortablemente habita.
Creo que no es necesario mostrar en qué medida el progre actual se ajusta milimétricamente a esta impresión del hombre-masa.
2. Ortega retrata también al hombre-masa como un ser primitivo: “lo civilizado es el mundo, pero su habitante no lo es: ni siquiera ve en él la civilización, sino que usa de ella como su fuese la naturaleza. El nuevo hombre desea el automóvil y gozar de él; pero cree que es fruta espontánea de un árbol endémico. En el fondo de su alma, desconoce el carácter artificial, casi inverosímil, de la civilización y no alargará su entusiasmo por los aparatos hasta los principios que los hacen posibles”.
El primitivismo característico del hombre-masa resulta también extraordinariamente aplicable a uno de los especimenes en que ha transmutado el progre de siempre en la actualidad: el ecologista. El progre ecologista es efectivamente un ser resentido con todo lo que suene a moderno y oculta su primitivismo tras indisimulados llamamientos a lo auténtico, lo tradicional, lo natural o lo genuino.
3. Es también frecuente, y desde luego no injusto, acusar a planteamientos como los antedichos y también a sus sostenedores de privilegiados. Y al parecer ya lo era el hombre-masa ortegiano que es calificado como “niño mimado” o “señorito satisfecho”.
Y es que nadie duda hoy de que progresismo o ecologismo son subproductos del desarrollo económico y de la abundancia característica de las economías de mercado y de las sociedades liberales. Los progres apesebrados no aparecen en el Tercer Mundo. Los progres están bien preocupados por los países pobres y por sus gentes miserables, pero en el confort que proporciona la distancia. Es más fácil y más cómodo quedarse aquí, sin renunciar a un ápice del consumo y abundancia que el modelo económico que tanto denuestan provee. Si acaso, para aliviar la conciencia, en menor medida, y, sobre todo, para ufanarse ante su propio público, habrá que participar de vez en cuando en algún acto simbólico de exaltación del progresismo. Es el caso de los tan patrocinados y luego cacareados viajes de turismo revolucionario, los festivales y maratones solidarios o las frecuentes incursiones a la tienda de comercio justo del barrio donde es posible adquirir a un precio siempre asequible a sus ingresos alguna suculenta delicatesen. Ahí se agota su compromiso; ahí y en el injustificable desprecio que exhiben hacia quien pensando como ellos, sí que fue consecuente y decidió entregarse en cuerpo y alma a los más necesitados en alguna remota misión más allá de las fuentes del Nilo.
4. Un último rasgo que Ortega imputa al hombre-masa es su autocomplacencia consigo mismo: el hombre-masa se afirma a sí mismo tal cual es y da por bueno y completo su haber moral e intelectual. El hombre-masa se cierra a toda instancia exterior, no escucha, no pone en tela de juicio sus propias convicciones ni tampoco considera que existan certezas ni principios más allá de los propios. Por este motivo, no duda en ningún momento en ejercer su dominio y actuar como si sólo él y los suyos existiesen, imponiendo en todo su vulgar opinión “sin miramientos, ni contemplaciones, trámites ni reservas, es decir, según un régimen de ‘acción directa’”.
Creo que no se puede expresar mejor la sensación con la que se termina después de departir con algún progre, esto es, la sensación de que hemos hablado con alguien cerrado a cualquier innovación intelectual o crítica, deliberadamente inexpugnable, afectado de un profundo complejo de superioridad moral e intelectual, que se expresa con vehemencia, en algunos casos incluso con violencia y que termina agotando al conversador más avezado que, con suerte, dará por concluida la partida en tablas.
1 comentario:
Terrible Ortega. Adivinó el advenimiento de "la hegemonía de los pajilleros", aunque él, que era un señor, lo dijo de otra manera. Y aquí estamos.
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