Reconstruyo el argumento reproduciendo una conversación basada por cierto en un hecho real:
"- ¿Es legítimo sancionar a quien no usa el casco o el cinturón de seguridad mientras conduce teniendo en cuenta que llevarlo o no es fruto de su decisión en la que ha valorado más el hecho de la comodidad que el riesgo del accidente y considerando además que los efectos del accidente sólo le afectan a él?
- Por supuesto. Además no es verdad que los efectos del accidente le perjudiquen sólo a él. Tras el accidente tendrá que ser atendido en un hospital, se le someterá a costosas sesiones de rehabilitación y percibirá una pensión de invalidez. Como todo eso es pagado por todos, todos tenemos derecho a impedir que el individuo se coloque en situaciones de riesgo."
El citado argumento me irrita, en primer lugar, por lo que da por supuesto o mejor, por tomar como naturales o necesarias suposiciones que sólo son contingentes. No es verdad que siempre un accidentado suponga un coste a un tercero. Cabe perfectamente que esta persona haya asumido personalmente los costes de sus contingencias vitales.
En segundo lugar me irrita por lo que tiene de parcial, es decir, por no basarse en un argumento previo más general y generalizable. Seguiré reproduciendo la conversación:
- Entonces, según tú, también habría que castigar a quien tiene relaciones sexuales sin condón, porque si se infecta, por ejemplo, con el VIH o con el VHC o con ambos, tendrá que ser sometido a un costosísimo tratamiento médico que pagamos todos.
- Bueno, en ese caso no, no sé…
Pues eso: otro progre ahogado en su propia inconsistencia.
A él, que encubre sus propios prejuicios y vicios ideológicos en argumentos y conclusiones salvíficas y pseudosolidarias, basta ponerle cara a cara con su propia incosistencia, aunque el riesgo ya lo conocemos: nos acusará de estar fuera de la realidad si es de confianza y directamente de fascista si no lo es .
A los demás, a los que consistentemente se declaran partidarios del paternalismo hay que recordarles diversos principios que John Stuart Mill dejó sentados en On liberty:
Ni uno ni varios individuos están autorizados para decir a otro individuo de edad madura que no haga de su vida lo que más convenga en vista de su propio beneficio. Esa persona es la más interesada en su propio bienestar y el interés que cualquier otro pueda tener en éste es insignificante comparado con el que él mismo tiene.
El interés de la sociedad en cada uno, no sólo es fragmentario, sino también indirecto, con lo que la ingerencia de la sociedad para dirigir juicios o pronósticos sólo podrá estar fundada en generalizaciones que aun siendo verdaderas corren el riesgo de ser aplicadas equivocadamente a casos particulares.
Una persona puede estar equivocada respecto de su propio interés, pero los inconvenientes derivados del juicio desfavorable de los demás son los únicos a los que debe de quedar sujeto, excluida por tanto la sanción jurídica.
Los denominados deberes para con nosotros mismos, por los que se nos prohibe en interés de otros seguir cierta línea de conducta personal, no son deberes exigibles más que moralmente.
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