lunes, mayo 16, 2005

La constitucionalización de la conciencias

Uno de los rasgos mínimos que caracterizan al proyecto político liberal es su firme apuesta por preservar la inmunidad de ciertos ámbitos de vida frente a la acción estatal. El mercado y las conciencias son, sin duda, dos representativos ejemplos.

La soberanía individual sobre la propia conciencia es el resultado de siglos de guerras de religión en Europa que se saldan, inicialmente, con el reconocimiento de la tolerancia religiosa y, finalmente, con la constatación de que la pluralidad de valores éticos no es un mal tolerable, sino un valioso patrimonio moral que garantiza la irreductibilidad de los individuos frente a cualquier pretensión homogeneizadora.

En cuanto al mercado es el ámbito en el que habría de pervivir aquella sociedad natural en la que los individuos eran plenamente libres y que resultó parcialmente extinguida tras la constitución de la sociedad política.

La actitud del Estado frente a estos dos ámbitos tendría que ser de abstención y si la preservación de la autonomía moral o de la libre iniciativa económica exigiese alguna acción estatal, ésta debía de caracterizarse por los principios de intervención mínima y neutralidad.

¿Subsiste hoy este esquema teórico?

Es claro que no en el caso de los mercados, groseramente intervenidos por los poderes públicos en pos de objetivos colectivos que se superponen a los planes de vida individuales.

Probablemente nos mostrásemos más dudosos en el caso de las conciencias participando así de la ingenua creencia de que aún hoy son un baluarte frente a la acción política estatal. Si embargo me atrevo a afirmar que no es así y que también en este ámbito, la acción política, siempre proliferante, ha plantado una pica reguladora.

Las constituciones características de los Estados sociales están preñadas de valores morales, siempre parciales y siempre susceptibles de entrar en conflicto con las preferencias últimas de cada individuo. Algunas constituciones tienen incluso el atrevimiento de jerarquizarlos y armonizarlos, con la pretensión de elaborar un auténtico código de moral constitucional que define lo políticamente correcto y reduce los debates morales a ejercicios de filología constitucional.

La constitucionalización de la igualdad material junto al apoderamiento al Estado para hacer efectivas la libertad y la igualdad (véase el art.9.3 Cont. 1978) o las políticas de discriminación positiva, rompen radicalmente con los postulados liberales de intervención mínima y neutralidad.

Los poderes públicos se ven obligados, y no precisamente a su pesar, a definir cómo se es libre o cuáles son las necesidades básicas de todos y cada uno antes de proceder a la realización de tales condiciones. Por utilizar la terminología clásica, se ven obligados a definir la felicidad. Todas estas políticas no dejan de ser lecturas parciales de la moral y planes de moralización social que invitan, cuando no imponen, modelos de virtud individual y definen qué tipo de valores es o no es correcto compartir.

Un modelo constitucional estrictamente liberal garantizaría la igualdad de todos ante la ley sin discriminar entre los sujetos a la misma por motivo alguno; pero en ningún caso pretende regular las conciencias individuales para borrar o erradicar sentimientos o valores morales que son juzgados como perversos por los poderes públicos. Al actuar así, son los poderes públicos los que materialmente discriminan a los individuos que desean despreciar en su fuero interno a tal o cual grupo social o que simpatizan con tal o cual ideario político. De lo políticamente correcto a la delincuencia política sólo hay un paso y además un paso no precisamente largo.

Soy muy crítico frente a ese tipo de proclamaciones constitucionales y a esas políticas y soy más bien partidario de constituciones estrictamente procedimentales en las que incluso los catálogos de derechos serían algo totalmente superfluos si se reconoce y protege adecuadamente la libertad individual y se habilita a los poderes públicos única y exclusivamente para su protección en lugar de encomendarles la tarea de hacernos mejores como ciudadanos o educarnos para la ciudadanía. Sin embargo, la tendencia es la contraria y si no véase la llamada Constitución europea.

El Estado que ha monopolizado el poder político es hoy, además de un agente económico colosal, un poder moral que se pretende incluso gobernar nuestras conciencias, lo que nos coloca definitivamente lejos de la realización de la vieja máxima del constitucionalismo según la cual el poder tanto mejor cuanto más dividido.

Lectura recomendada: N. Matteucci Organización del poder y libertad, Trotta, Madrid, 1998

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Hombre, en relación con esto -y con el conflicto que hay referente al matrimonio homosexual, que me ha dado mucho que pensar-, he llegado a la conclusión que sí debe haber unos valores mínimos comunes en una democracia para que sobreviva.

Por ejemplo, la igualdad ante la ley. Para nosotros es evidente, pero ¿qué haríamos si un grupo lo suficientemente numeroso en nuestra sociedad reclamase un matrimonio poligínico en el que el varón tiene más derechos que la mujer?. ¿Permitimos que tengan una legislación ad hoc? ¿Y si el matrimonio es entre personas de creencias distintas?

Creo que la única solución es que la ley debería poder permitir a la gente que se case como quiera pero, en el caso de este grupo concreto, si quieren mantenerse dentro de el, las mujeres tendrían que voluntariamente escoger no ejercer sus derechos

Para mi es evidente que nuestras leyes llevan implícitos ciertos valores mínimos, muchos de ellos necesarios para el funcionamiento de la democracia.

¿Son acaso los Derechos Humanos esos valores mínimos?

apfner dijo...

Depende de como interpretes la expresión "derechos humanos", pues viendo la interpretación que le dan algunos más que valores mínimos serían auténticos valores máximos. Si analizas algunos de los catálogos de derechos que muchos incluyen bajo esa rúbrica y si analizas su extensión, te darás cuenta de que los derechos humanos más que ser el fundamento de la democracia son su principal amenaza. De ahí lo de la objeción contramayoritaria a los derechos humanos atrincherados en un texto constitucional rígido (también llamda tiranía del pasado, según la cual nuestras competencias de decisión democrática están limitadas por decisiones adoptadas en el pasado y plasmadas en la constitución) (de ahí también el elitismo de los tribunales constitucionales).
Es un problema complejo. Yo estaría de acuerdo en la importancia de la igualdad ante la ley, precisamente porque es un valor sustancialmente débil, a diferencia, por ejemplo, de la igualdad entendida como equiparación que presupone juicios morales fuertes, parciales y discutibles. Por eso mismo opino que el catálogo de derechos y los principios subyacentes a cualquier texto constitucional han de ser los mínimos posibles y también a ser posible que no supongan ninguna toma de partido moral, sino en todo caso una remisión a los individuos para que puedan posicionarse en cada momento de sus vidas y diseñar así sus propios planes de vida y definir sus propias principios morales.
Una constitución liberal y procedimental es en este sentido mucho más legítima que una social sustancial.
Saludos

Anónimo dijo...

"el catálogo de derechos y los principios subyacentes a cualquier texto constitucional han de ser los mínimos posibles y también a ser posible que no supongan ninguna toma de partido moral"

El mínimo posible, de acuerdo. Que no tome partido moral, imposible.

La elemental y simple igualdad ante la ley es absolutamente moral. Que se lo digan a los homosexuales o a las mujeres casadas de hace 40 años que para abrir una cuenta corriente necesitaban el permiso del marido.

Si hay valores, aunque sean mínimos, hay moral. Y si hay valores y hay moral, hay conflicto.

El problema es ¿qué valores son los mínimos para que funcione una democracia? ¿Y si esos valores son contradictorios con los valores de algún grupo determinado?

Poniendo otro ejemplo concreto, ¿es democrático que la Iglesia -aunque sean sus fieles votando- intente imponer sus valores al conjunto de la sociedad y hacer de sus valores ley? ¿Qué diríamos si apareciese otro grupo fuerte que considere que debe llevarse al extremo la igualdad de hombres y mujeres, con lo que proponen ilegalizar cualquier organización donde esto no suceda? ¿Votamos? ¿Y si ganan?

Para este caso concreto creo que la Iglesia debería defender una sociedad con un mínimo común de valores, en la que entremos todos, creyentes y no creyentes, y en la que pueda ejercer su magisterio en libertad. Debería decir que el matrimonio civil no es asunto suyo y que los creyentes no pueden acogerse al matrimonio homosexual porque la homosexualidad es, para la Iglesia, mala.

Pero votar la igualdad ante la ley...

Volviendo a lo de antes. Valores los mínimos necesarios para que funcione el sistema, pero si son valores, toman partido moral.

apfner dijo...

"La elemental y simple igualdad ante la ley es absolutamente moral": cualquier decisión es moral en el sentido de que obedece a motivaciones morales, pero no es lo mismo una moral que otra o una motivación pertenenciente a un código moral liberal o una motivación individual que una motivación pertenenciente a un código general fijado de antemano para todos.
"Que se lo digan a los homosexuales o a las mujeres casadas de hace 40 años que para abrir una cuenta corriente necesitaban el permiso del marido": en este caso lo que no existía era igualdad ante la ley. La igualdad ante la ley exige que todos puedan abrir una cuenta corriente en las mismas condiciones. A partir de ahí no dice nada más. Bueno, salvo que prohibe que a las mujeres o a cualquier otro colectivo que según un código moral dado es tenido por menos favorecido, por el mero hecho de abrirla se les ingrese una cantidad de dinero.
"¿es democrático que la Iglesia -aunque sean sus fieles votando- intente imponer sus valores al conjunto de la sociedad y hacer de sus valores ley?": no lo es, la moral es una cuestión personal y no debe ser impuesta a nadie ni siquiera planteamientos morales que sean mayoritariamente respaldados. Me da igual que los respalden los fieles o los sindicalistas. Cualquier definición de modelos de virtud que se pretenda general y por ello exigible a quienes no la comparten me parece ilegítima.
Y volvemos al origen: ¿y la imposición de una moral liberal no es ilegítima? No, porque no es moral general sino una moral por delegación, esto es, una moral que se define diciendo que cada uno le dará el contenido que estime oportuno siempre que su ámbito de aplicabilidad sea estrictamente personal

Anónimo dijo...

Pues, para ser sincero, me he perdido un poco.

No acabo de ver si defiendes que la democracia necesita unos valores mínimos para que funcione o no.

A ver si me aclaro.

Argumentas que la moral es una cuestión personal y no debe ser impuesta a nadie ni siquiera planteamientos morales que sean mayoritariamente respaldados.

Por otra parte, aduces además que la imposición de una moral liberal no es ilegítima porque no es moral general sino una moral por delegación, esto es, una moral que se define diciendo que cada uno le dará el contenido que estime oportuno siempre que su ámbito de aplicabilidad sea estrictamente personal

Aparentemente limitas la moral a lo privado o, más bien, afirmas que la moral liberal es que cada uno haga lo que quiera mientras sólo le afecte a uno mismo o a sus pertenencias.

¿Defiendes entonces que no hay valores mínimos imbricados en la democracia? ¿Y qué sucede en las relaciones humanas? ¿qué se aplica ahí?

El hombre no existe en soledad, no somos tigres que nos juntamos unicamente para procrear. Los hombres somos monos, vivimos en grupos, criamos en grupos, más grandes o más pequeños. Y las relaciones necesitan unos códigos compartidos para que puedan funcionar, que nos digan lo que puede hacerse y lo que no.

Volvamos al ejemplo más fácil: la igualdad ante la ley. Por ejemplo ¿cómo nos podríamos relacionar con alguien que no nos considere seres humanos, que nos considere objetos de mercado?

apfner dijo...

Pues yo creo, por tu resumen, que me has seguido perfectamente.
Efectivamente defiendo una versión no moralizada de la acción política.
La acción política ha de jusgarse necesaria en tanto que haya decisiones colectivas que adoptar. Dicho de otro modo, si hay que gestionar ciertos asuntos generales pues que dicha gestión se haga por mayoría.
El problema es sin embargo la extensión de tales asuntos. Hoy, a mi juicio, el tema se ha desbordado. La gente no ve a los gobiernos como meros gestores de un asuntos comunes, sino como rectores morales de la sociedad. Como los llamados a expandir por el entorno social sus propios planteamientos morales, sobredimensionados y sobrelegitimados por ser mayoritarios.
A mí eso me parece un error.
Cuando voto no voto a la opción moral correcta ni tampoco a la opción moral que durante cuatro o seis años tiene carta blanca para adoctrinar y extenderse. Voto a alguien para que gestione un presupuesto y poco más.
Es como el presidente de la comunidad de propietarios: se le elige para que gestione las zonas comunes no para que "amonsegue" diariamente a los propietarios intentándoles convencer de la superioridad de sus propios patrones morales o de sus modelos de virtud.
La moral efectivamente es personal y por eso el individuo en ese campo es soberano.
Lo demás son asuntos colectivos pero no morales.

apfner dijo...

"¿cómo nos podríamos relacionar con alguien que no nos considere seres humanos, que nos considere objetos de mercado?" a tu pregunta responderé con otra pregunta y ¿por qué habría de querer relacionarme con alguien así?
Ahora en serio (y dejando de lado el tema del objeto de mercado que no me resulta un ejemplo acertado): si alguien me desprecia está en su derecho, es su opción moral. Lo que no es legítimo es conventir esa opción moral en ley y sancionar el deber de despreciarme y discriminarme.
En esto una moral liberal es mejor garantía frente a ese riesgo que una moral social. La moral social se cree correcta, por eso es expansiva y el problema viene, claro está, cuando no es acertada y degenera: entonces se comenten los crímenes en nombre del bien. La moral liberal reconoce a cada cual plena soberanía moral, pero estrictamente dentro de su conciencia con lo que los efectos de sus juicios también quedarán muy circunscritos, apenas reducidos a su ámbito personal.
Lo que crea correcto reinará en su conciencia, pero no en el Parlamento ni en la legislación gobernadas por la idea de daño.
En el momento en que uno pretende convertir sus propios (pre)juicios morales en ley, entonces deja de participar de una moral liberal y pasa a ser otra algo bien distinto.

Anónimo dijo...

Antonio,

Se lo digo muy sinceramente, le conozco desde hace aproximadamente 8 años (aunque no sepa quien soy) y me veo en la obligación de decirle que da usted pena. Cuando comencé a participar en este blog tenía una impresion muy distinta de usted, pero he quedado terriblemente decepcionado. Veo que se ha convertido en un mamarracho sin ideas, incapaz de entender a nadie. Quizá siempre fue así pero yo no supe darme cuenta...

No se moleste en contestar, pues dudo que vuelva a visitar esta página.
Solo espero que, al menos esta vez, este comentario le haga recapacitar.

Adios.

apfner dijo...

Estimado anómino: No puedo ocultarle que su identidad me suscita cierta curiosidad, aunque las fechas y el tono de su mensaje me hacen pensar en cierto sentido.
Su comentario me parece inapropiado, para este post y quizás también para el blog en general.
Reconozco que algunos de los posts son poco rigurosos pues buscan cierto efecto. Pido disculpas a quienes siguen este irrregular blog si alguien en algún momento puede sentirse defraudado.
Sin embargo, sospecho que en su caso no van por ahí los tiros.
Imagino que su ciberdecepción se corresponde también con una decepción real hacia mi persona. Si es así, nada puedo hacer para evitarlo pues está usted en su derecho de aborrecer o apreciar a quien le venga en gana.
También está en su derecho de volver aquí o volver a comentar, aunque es bien fácil engañarse y engañarnos a todos encubriendo futuros comentarios o visitas, como ahora oculta sus insultos, con el velo que le proporciona su anominato.
Un saludo

apfner dijo...

Después de tomar en serio el comentario del usuario anómino anterior, me he dado cuenta de que ese personaje, se ha dedicado a introducir ese mismo comentario en otros blogs.
Lo he visto, por ejemplo, en Cine y Política (
http://www.blogger.com/
comment.g?blogID=9471680&postID=111623637961815014
).
Ya sabéis.